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En colaboración conCAF

El biólogo colombiano que lleva más de 20 años espiando al mono araña para poder conservarlo

Andrés Link, que creó el Proyecto Primates con Gabriela de Luna, ha recibido el Premio Whitley por su trabajo con esta especie en peligro crítico de extinción

Andrés Link
María Mónica Monsalve S.

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“La primera vez que vi los monos araña, me enamoré de ellos. Realmente me gustó cómo se movían, con tanta gracia. Así que decidí estudiarlos, saber más sobre ellos”. Estas fueron algunas de las palabras del biólogo Andrés Link al recibir el Premio Whitley 2025 a la conservación, otorgado por el Fondo Whitley para la Naturaleza (WFN), en el edificio de la Real Sociedad Geográfica de Londres. Él fue el que se paró allí, pero el reconocimiento —dice ahora desde la Universidad de Los Andes, en Bogotá, donde trabaja— es para todos los que hacen parte de la Fundación Proyecto Primates, que fundó hace 20 años junto a su esposa Gabriela de Luna, también investigadora.

Link se dejó seducir por los monos araña café en las selvas del Amazonas. Primero en la Macarena, Colombia, como estudiante de pregrado y, después, en la Estación de Biodiversidad Tiputini, en la provincia de Orellana, Ecuador, donde hizo el doctorado. “Pero sabíamos que en el Magdalena Medio también había otras poblaciones que, además, vivían en bosques transformados, bajo muchas amenazas”, comenta. Mientras en la Amazonia una población de alrededor 25 o 30 individuos se puede mover en 400 hectáreas, en el Magdalena avistaron dos grupos limitados a 60 hectáreas.

De Luna y Link llegaron allí, a la Serranía de las Quinchas, en 2005, a hacer simplemente un diagnóstico: conocer si sobrevivían monos araña café (Ateles hybridus) y rastrear si se comportaban distinto o qué cambiaba cuando vivían en un bosque que solo se mantenía a retazos. Por lo difícil que era caminar ese terreno inclinado y quebrado en una tarea que implica ir tras los micos de 6 de la mañana a 6 de la tarde, decidieron bajar a zonas planas e inundables por el lado del río Magdalena, en el municipio de Cimitarra. Y, aunque la idea era solo ir a tomar unos datos, los mismos monos les fueron señalando más caminos.

“En el grupo que estamos siguiendo actualmente, hay tres que tienen leucismo”, cuenta el biólogo, refiriéndose a un tipo de albinismo intermedio en el que los monos tienen el pelo blanco, pero en otras partes, como los ojos, sí tienen color. Estas condiciones, agrega, tienden a aumentar en poblaciones en el que los individuos se reproducen entre sí, sin mezclarse con otras comunidades. “Y para nosotros fue como si nos mandaran la señal de ‘hagan algo”. ¿Qué? Permitir que su hábitat, fragmentada por la deforestación, la minería y la ganadería, fuera más amplia.

Un mono araña avistado por investigadores de la Fundación Proyecto Primates, en una fotografía sin datar.

La Fundación construyó viveros de especies nativas y las plantó para crear corredores entre los bosques que aún quedan de pie, así los animales podrían moverse por una extensión más larga. A la fecha, han sembrado alrededor de 15 de estos corredores que, aunque en la práctica son solo unas 30 hectáreas, lo que hacen es conectar varios mosaicos de vegetación a lo largo de 500 hectáreas.

El proceso de recuperación del ecosistema es lento, realizado, precisamente, con la paciencia de personas que están acostumbradas a quedarse quietas por horas observando a monos araña en temperaturas que están por encima de los 30 °C y rodeados de mosquitos. “Tras tres años de plantar las primeras plantas, en los corredores empezamos a ver pasar especies terrestres, como jaguares, pumas y paujiles”, dice Link. A los cinco o seis años, fue que los comenzaron a transitar especies arbóreas, como los puercoespines y los mismos monos araña.

El siguiente plan, en el que ya están trabajando, es sembrar árboles que den las frutas y los espacios en los que los monos araña duermen. “Una de las primeras cosas que notamos cuando llegamos al Magdalena Medio, es que, a diferencia de lo que sucede en la Amazonia, los monos no comen tantas frutas y sí muchísimas hojas, pero es porque no hay disponibilidad de lo primero”.

Andrés Link durante la entrega del premio Whitley por la Naturaleza, en el Reino Unido.

Identificada en peligro

Link recuerda con nombre propio a cada uno de los individuos de los primeros dos grupos que observó en el Magdalena Medio. Bachué, Pepa y Violeta, las hembras, que ahora son “abuelas”. Roco, Wampi y Comandai son algunos de los machos. Dice sus nombres de memoria. Cuando de Luna y él llegaron a la zona, se creía que estos monos araña eran la misma especie que habita en el Amazonas, pero en el transcurso de su trabajo, otro grupo de científicos publicó un estudio genético aclarando que se trata de dos especies distintas. La misión por conservarlos se hizo aún más relevante. “Antes se creía que, si se perdían los del Magdalena, por lo menos quedaban los del Amazonas”, aclara. Pero, ahora, sabiendo que son dos distintas, si los primeros desaparecen, se perderá toda una especie. La marimonda del Magdalena o el choibo, como también le llaman en la región, está clasificado como en peligro crítico de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN).

Evitar que se pierda, no solo pasa por crear corredores, sino por involucrar a la comunidad. Desde hace 13 años, en marzo, el caserío Bocas de Carare, en Puerto Parra, Santander, hace el festival del Choibo. La gente se reúne en honor al mono, una comparsa camina por el pueblo, los niños y niñas se ponen máscaras que aluden al animal y hasta se juega un torneo de futbol, la Copa de Choibo.

La gente ha aprendido sobre los monos araña café. Saben, por ejemplo, que los machos y las hembras tienen el mismo tamaño, y llegan a pesar unos 10 kilos. También que al comer semillas y sacarlas casi enteras en sus heces, son como una suerte de jardineros del bosque que las dispersan. “Hay algo que es muy bonito y que suelo pensar: que los ancestros de estos monos fueron los que plantaron los bosques en los que hoy viven”, dice sonriendo el biólogo. De los monos araña, la gente también ha aprendido. Entre ellos hay dinámicas de amistad, cooperación para poder sobrevivir y desconfianza cuando sienten un peligro.

“Queremos ayudar a las comunidades locales a ganarse la vida sosteniblemente”, dijo también Link cuando recibió el premio. Porque, aclara ahora, es un proyecto que se ha hecho a peldaños: con los estudiantes de biología que hacen sus tesis, con las personas de las comunidades que han reinventado cómo preparar las semillas para que den mejores plantas y, por supuesto, con los monos que, ya sin poner resistencia, se han acostumbrado a que a su alrededor haya un grupo de personas espiándolos, mirándolos sin tocarlos o intervenirlos, y así puedan conocer más sobre sus vidas.

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Sobre la firma

María Mónica Monsalve S.
Periodista de América Futura en Bogotá, Colombia. Antes trabajó en El Espectador. En 2020 fue ganadora del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Máster en Cambio Climático, Desarrollo Sostenible y Políticas de la Universidad de Sussex (Reino Unido).
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