Liderazgo distribuido: una oportunidad para fortalecer la democracia desde las escuelas
Una vía concreta para reforzar la cultura democrática desde el sistema educativo que promueve la corresponsabilidad, la participación y el sentido de pertenencia en las comunidades escolares

En América Latina, el respaldo ciudadano a la democracia ha venido disminuyendo. Según datos citados por el Informe GEM de la UNESCO y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), el porcentaje de adultos que consideraban la democracia como la mejor forma de gobierno cayó del 68% en 2012 al 58% en 2016/17. Según Latinobarómetro, solo el 52% de los latinoamericanos apoyaba la democracia en 2024. En este contexto, cobra urgencia una pregunta para los hacedores de política educativa: ¿cómo pueden las escuelas convertirse en verdaderos espacios de participación y formación democrática?
El informe Liderar para la democracia presentado en Bogotá esta semana no deja lugar a dudas: el liderazgo escolar distribuido es una vía concreta para reforzar la cultura democrática desde el sistema educativo. Se trata de una forma de liderazgo que reconoce que la autoridad no debe concentrarse en una sola figura, sino compartirse entre directivos, docentes, estudiantes, familias y comunidades. Este enfoque promueve corresponsabilidad, participación y sentido de pertenencia en las comunidades escolares.
Para los responsables de política pública, este hallazgo representa, más allá de recomendaciones sobre cómo diseñar centros escolares de manera más democrática y participativa, una oportunidad política. Porque hablar de liderazgo distribuido es hablar de estructuras de gobernanza más inclusivas, de comunidades educativas más fuertes, y en última instancia, de sociedades más democráticas y resilientes.
El informe, preparado por el Informe de seguimiento de la educación en el mundo de la UNESCO y la OEI muestra que, pese a los avances, solo tres países de la región (Colombia, México y Nicaragua) mencionan explícitamente el liderazgo distribuido en sus normativas educativas. Aún más preocupante: la autonomía a las escuelas sigue siendo limitada y aunque varios países tienen concursos públicos para la contratación de directores, el clientelismo sigue presente en algunos contextos. Por otro lado, solo dos de cada tres directores en la región afirman que promueven la colaboración entre el profesorado y solo tres países promueven el liderazgo distribuido o enfoques similares en sus programas de formación para directores. A pesar de esto, hay datos alentadores: casi todos los países han organizado estructuras de participación de la comunidad escolar y docente, incluyendo a docentes y alumnos en consejos escolares.
El liderazgo distribuido está vinculado a la innovación pedagógica, la inclusión, la mejora educativa y, en última instancia, la transformación educativa. Aunque el concepto de liderazgo distribuido no se entiende ampliamente en América Latina, existen prácticas relevantes en la región y los gobiernos pueden basarse en ellas. El informe provee una hoja de ruta para garantizar, a partir de la evidencia, que se promuevan valores democráticos en las escuelas y fuera de ellas.
Como responsables de diseñar e implementar políticas educativas, tenemos un rol clave para cerrar esa brecha. Ello implica al menos cinco pasos concretos:
- Incorporar el liderazgo distribuido en leyes, políticas y marcos normativos nacionales y subnacionales, con definiciones claras y operativas.
- Aumentar la autonomía escolar, especialmente en lo referente a decisiones sobre recursos humanos y financieros, para que los directores puedan liderar de manera más efectiva.
- Diseñar procesos de selección y formación de líderes escolares que prioricen la participación y el trabajo colaborativo.
- Invertir en investigación aplicada, para escalar y adaptar las experiencias exitosas ya existentes en la región.
- Sensibilizar a las comunidades escolares, construyendo capacidades para que la participación no sea solo formal, sino significativa.
Al incentivar a los líderes escolares a trabajar en equipo, movilizar la experiencia colectiva de su comunidad e implicar a sus en la toma de decisiones, contamos con una poderosa herramienta para mejorar los resultados educativos. Implementarlo no requiere una transformación total del sistema, sino reconocer el valor de las prácticas existentes, apoyarlas con políticas coherentes y promover el liderazgo democrático como piedra angular para construir valores cívicos dentro de las escuelas y fuera de ellas.
Los líderes no pueden hacerlo todo por sí solos. Los cambios duraderos nacen de la convicción colectiva y del trabajo conjunto. Si las escuelas son el primer espacio donde niñas, niños y jóvenes aprenden a vivir con otros, hagamos de ellas verdaderos laboratorios de democracia y colaboración.
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