Las huellas en Argentina de los nazis Mengele y Eichmann
El Gobierno de Milei sube a la web archivos desclasificados sobre las actividades de los criminales de guerra en el país


El 22 de junio de 1949, el criminal de guerra nazi Josef Mengele llegó al puerto de Buenos Aires en busca de impunidad. Este médico, apodado El Ángel de la muerte por asesinar a miles de personas y realizar aberrantes experimentos en el campo de concentración de Auschwitz, ingresó con un pasaporte falso bajo el nombre de Helmut Gregor. Tenía 38 años y se presentó como un “técnico mecánico” dispuesto a comenzar una nueva vida lejos de su país tras la II Guerra Mundial. Seis años después, se sentía tan seguro que solicitó nueva documentación bajo su verdadero nombre y vivió en la capital argentina hasta que otro jefe nazi, el oficial Adolf Eichmann, fue apresado por los servicios secretos israelíes. Las huellas de Mengele, Eichmann y de otros altos cargos del régimen de Adolf Hitler en Argentina pueden rastrearse en documentos oficiales desclasificados que acaban de ser publicados en línea por el Archivo General de la Nación (AGN).
La documentación alusiva a las actividades nazis en este extremo de Sudamérica consta de un corpus de casi 2.000 piezas documentales que fue desclasificado en 1992, pero que hasta el momento sólo podía ser consultado en una sala del AGN. El Gobierno de Javier Milei decidió este lunes hacerlos accesibles a todo el mundo tras haber entregado una copia al Centro Simón Wiesenthal, que investiga los vínculos del banco Credit Suisse con el nazismo. “[El Estado argentino] no tiene motivo para seguir resguardando esa información”, dijo el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, al anunciar su publicación.
El capitán de las SS Walter Kutschmann entró a Argentina en 1948, Mengele en 1949 y Adolf Eichmann, el principal organizador del exterminio de seis millones de judíos, en 1950. Los tres usaron la conocida como ruta de las ratas para escapar al otro lado del mundo. Decidieron instalarse en la Argentina gobernada por Juan Domingo Perón.
Otros jefes nazis nunca pisaron Sudamérica, pero su supuesta presencia en el continente forma parte de leyendas. Es el caso de Martin Bormann, el secretario privado del Führer, su sombra. Argentina desclasificó dos carpetas sobre Bormann que incluyen un documento de inteligencia en el que se fecha su desembarco en el país en 1948 y recortes de prensa que lo sitúan también en Bolivia y en Paraguay. Sin embargo, sus restos fueron encontrados en Berlín en 1972.

De dar refugio a extraditar
Para Ariel Gelblung, director del Centro Simón Wiesenthal, la publicación de estos archivos no aporta información nueva para los entendidos, pero sí permitirá que todos los interesados puedan formarse su propia opinión a partir de la lectura de fuentes directas sobre esos años en los que Argentina se convirtió en refugio de criminales prófugos. “Acá se ve cómo la posición argentina respecto a este tema en los años cincuenta, sesenta y setenta era muy distinta que tras el regreso de la democracia en 1983, cuando todos los criminales de guerra encontrados fueron extraditados”.
La impunidad inicial es evidente al observar los documentos oficiales. En la ficha policial de Mengele, figura que el 26 de noviembre de 1956 solicitó un nuevo documento nacional de identidad como Jose Mengele, “de profesión fabricante”, “con motivo de la rectificación de nombre y apellido”. Con su identidad restituida, cruzó a Uruguay para casarse con la viuda de su hermano, y ambos regresaron a vivir en Argentina.
Los primeros documentos oficiales sobre este criminal de guerra nazi no dejan entrever un conocimiento de su pasado que los expertos dan por asegurado, pero los informes de inteligencia posteriores incluyen publicaciones que describen a Mengele como “un monstruo de Auschwitz”. Una de ellas es un nota de The Jerusalem Post de 1959 que señala que los crímenes de los cuales se lo acusa a Mengele incluyen “la selección de prisioneros judíos del campo enviados a él a fin de experimentos médicos seguidos de muerte en cámaras de gases”, “la matanza por su mano propia de prisioneros judíos por medio de inyecciones de fenol, lanzamiento de recién nacidos al fuego en presencia de su madre y el asesinato de una muchacha de 14 años con un puñal”.

Las carpetas de los demás criminales son similares e incluye textos publicados en diarios extranjeros sobre los delitos cometidos y los lugares donde presuntamente se habían escondido, así como telegramas y comunicaciones entre dependencias nacionales e internacionales.
Eichmann, director de la Oficina de Asuntos Judíos de Adolf Hitler, se valió de un pasaporte expedido por la Cruz Roja para entrar a Argentina en 1950 como Riccardo Klement, un técnico apátrida nacido en la ciudad italiana de Bolzano. Vivió durante años en una casa de la localidad bonaerense de San Fernando, en la periferia norte de Buenos Aires.
El alto oficial nazi nunca sospechó que fue descubierto y vigilado por once agentes israelíes al mando de Isser Harel, quien dirigió el comando que secuestró a Eichmann al bajar del autobús el 11 de mayo de 1960. La operación contó con la ayuda de integrantes de las fuerzas de seguridad argentinas, según los documentos desclasificados.

Nueve días después, los agentes del Mosad lo introdujeron dormido y vestido como un piloto en un avión con rumbo a Tel Aviv. Al llegar a su destino, Harel telefoneó al primer ministro israelí, David Ben Gurión. “Le traigo un regalo”, dijo. Dos años después, el 31 de mayo de 1962, tras ser declarado culpable de crímenes contra la humanidad, Eichmann murió ahorcado.
Al ver que el cerco se estrechaba, Mengele huyó primero a Paraguay y desde allí cruzó a Brasil, donde murió ahogado en 1979 bajo la identidad de Wolfgang Gerhard. La verdad no salió a la luz hasta 1985
Redes de apoyo
Los criminales de guerra nazis llegaron hasta Argentina gracias a una red internacional que les facilitaba pasaportes falsos y les ayudaba a instalarse dentro de las fronteras del país y pasar inadvertidos, como puede verse en el caso de Mengele. Este médico se instaló primero en un hotel de Buenos Aires y después se mudó a la casa de Gerhard Malbranc, uno de los testaferros del dinero nazi.

La ruta de esos fondos —presuntamente robados a judíos, enviados a Argentina para financiar a empresarios pronazis y devueltos en parte a Europa a través del banco conocido hoy como Credit Suisse—, aún no está clara. Es motivo de una investigación de la que el Centro Simón Wiesenthal espera tener novedades “entre febrero y marzo del año que viene”, según su presidente. “Estas cuentas incluían desde empresas alemanas tales como IG Farben (el proveedor de gas Zyklon-B, utilizado para exterminar judíos y otras víctimas del nazismo), hasta organismos financieros como el Banco Alemán Transatlántico y el Banco Germánico de América del Sur. Estos dos bancos, aparentemente, sirvieron para la realización de las transferencias nazis camino a Suiza”, detallaron a EL PAÍS desde el Centro Simón Wiesenthal cuando arrancó la investigación, en 2020.
Algunos jerarcas nazis, como el capitán de las SS Erich Priebke, lograron vivir en Argentina sin sobresaltos incluso tras el regreso del país a la democracia. Priebke se asentó en la ciudad patagónica de Bariloche y vivió fuera del radar de la justicia hasta que, en 1991, fue entrevistado por el escritor argentino Esteban Buch y le relató su papel en la masacre de las Fosas Ardeatinas, en la que 335 italianos fueron ejecutados por orden de Hitler. Cuando tres años más tarde, un equipo de la cadena estadounidense ABC volvió a entrevistarlo, las imágenes dieron la vuelta al mundo y se levantaron innumerables voces para exigir su extradición a Italia. Priebke fue enviado a Roma, juzgado y condenado a cadena perpetua por sus crímenes.
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