La vida de tormento y liberación de Andrea Gil, la primera deportista trans de España que recibe el cambio de nombre en su titulación
La Federación de Taekwondo de la Comunitat Valenciana se ofreció a tramitar la nueva documentación desde su inusual área de Diversidad e Inclusión

A Andrea Gil (Almansa, 44 años) le cuesta sonreír y también contener las emociones. Son muchas, acumuladas durante años de sufrimiento e incomprensión. Algo también de reciente liberación. De ir a por lo que quería. De ser quien quiere ser. Lo demás es pasado, tierra quemada, y ahora no quiere decir ni cómo se llamaba antes de la transición del cuerpo de un hombre al de una mujer. En su teléfono móvil tampoco conserva fotografías de antes. Solo importan el presente y las buenas noticias, como la que le trasladó Damián López, responsable del área de Diversidad e Inclusión de la Federación de Taekwondo de la Comunidad Valenciana, que acaba de hacer historia en España al ser la primera federación que ha tramitado el cambio de nombre, de masculino a femenino, de todos los títulos de Andrea Gil para que pueda hacer uso de ellos.
Andrea es mossa d’esquadra, la segunda transgénero del cuerpo policial. La primera, Marta Reina, dejó el uniforme en 2022, cansada de sentirse “vapuleada” por sus propios compañeros. La manchega, hija de un hombre de los de antes y una de esas madres que todo lo intuyen, sabe perfectamente de qué habla. Ella lleva toda una carrera escuchando barbaridades. Por eso le costó tanto tiempo hacer la transición, que llegó en 2016 con un viaje a Tailandia para adecuar su cuerpo. La vuelta con los compañeros fue un bofetón a su autoestima.
Su primer referente, sin saberlo, fue Bibi Andersen y ya entonces lo asociaba a los comentarios despectivos de su padre. Luego vino La Veneno. Y lo mismo. Pero así era todo. El taekwondo no fue muy diferente. “Me enfrenté a un deporte heteronormativo”, recuerda de cuando su padre la apuntó a un deporte de defensa personal. “A los 24 años me aparté del taekwondo y me centré en las pesas: hipertrofiar el músculo para convertirme en el hombre más masculino del mundo, aunque eso iba en contra de mis valores y de quien yo era”.
Ella sabía perfectamente quién era. Eso va por dentro. “Aunque de niña nunca lo verbalicé. Lo tuve que esconder”. En el taekwondo descubrió el pánico por los vestuarios, territorio hostil. “Llegaba siempre la primera al club. Y al acabar, no me duchaba nunca, aunque iba empapada de sudor”. Damián López entra al quite para abundar en el pánico a ese lugar tan íntimo. “Las duchas son un trauma para nosotros por la incomodidad que nos generan. Nos sentimos observados y, al mismo tiempo, tenemos miedo de que piensen que les estás observando a ellos”. Todo eso quizá le animó a crear un espacio que no existía en las federaciones deportivas y jamás olvidará que el día que dio la primera charla sobre diversidad entre taekwondistas, la mitad de la sala se levantó y se fue. Pero él tiene claro que todos somos diferentes: “A las artes marciales, además, han mandado siempre a los rebeldes, al gordito, al que pintaba para mariquita, al problemático… Y allí nos juntábamos todos”.
Andrea Gil recuerda ahora con una sonrisa a las amigas de su madre, María Teresa, que cuando la veían con la criatura, le decían: “Qué niña más guapa tienes”. Aquella mujer respondía de inmediato que no era una nena, que era un nene. “Pero yo creo que siempre lo supo”, reflexiona una hija única que perdió a su madre cuando esta tenía 49 años. Un palo. Entonces decidió dejar atrás también a la familia, incluido su padre, con el que no tiene trato, pero al que dice haber perdonado.
La infancia y la adolescencia fueron un tormento. Bullying a granel. No olvida que de niña, unas chicas más mayores le bajaron los pantalones para mirar y comprobar lo que había. “Y la palabra maricón todos los días. Así fue de niña, de adolescente y de adulta. Hasta que, con 36 años, petó todo”. Su camino fue sorprendente. Andrea se fue voluntaria a hacer el servicio militar, uno de los sectores más masculinizados que existen. Sentía que quería ayudar de alguna forma, justo lo que ella más había echado de menos. “Creía en la bondad del ser humano pese a haber vivido la homofobia en mi casa. He sido la oveja negra de mi familia, pero mi familia nunca me preguntó”. Por eso en 2001 dejó su hogar y entró en el Ejército del Aire. Al año y medio la trasladaron a Barcelona y allí salió todo lo que venía escondiendo desde hacía tiempo “en un cofre de hormigón”.
Luego vino la Guardia Civil. Años de incomodidad. Días y más días de silencio, de no hablar de tus gustos ni de las relaciones sexuales. “Siempre había mucha tensión y tenía que masculinizarlo todo. Por eso iba tanto al gimnasio”. También fue la época en la que veía imposible volver a Almansa.
Al final dejó la Guardia Civil, donde le cerraron las puertas, y estudió para ser entrenadora personal mientras trabajaba como dependiente en una tienda de ropa. Aprendió catalán y, en 2009, aprobó la oposición para ingresar en los Mossos d’Esquadra. “Volví a ponerme rígida. Me autonegaba. Tampoco me sentía cómoda cuando salía de ambiente”.
La transición no llegó hasta noviembre de 2016. “Llevaba tiempo conteniéndome y escuchando comentarios. Y en 2015 peté. Me planté. Si queréis la etiqueta de maricón, me la ponéis. No les sentó bien y yo no lo supe llevar. Me hicieron un vacío brutal y me sentí muy sola”.
A los ocho meses de abrir la puerta de la homosexualidad, vino la transición. Una batería de cirugías y tratamiento hormonal. Andrea intentó acelerarlo al máximo, desoyendo los plazos que marcaban los médicos, para regresar cuanto antes a su trabajo en la brigada móvil y acabar con aquello de una vez por todas. “Al año volví llena de cambios: pechos, voz, nuez, cirugías… Mucha gente siguió hablándome en masculino. Pero lo peor fue en 2019, cuando un jefe me hizo un comentario muy inapropiado y ese mismo día de poco me vuelo la cabeza con un arma de fuego. A los dos días pasó otra cosa y se lo comenté al jefe. También le dije que no volvía al trabajo”.
Después vinieron más operaciones, un tribunal médico que la consideraba apta para trabajar pese a todo, nuevos pensamientos suicidas, otro viaje a Tailandia, una ampliación de crédito… Un tormento. Pero también se topó con gente que le facilitó la vida, como la federación de taekwondo y un movimiento que ha hecho historia.
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