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Lotte Kopecky la ‘remachadora’, reina del ciclismo mundial y de todos los belgas

La corredora del SD Worx, que ganó el domingo su tercer Tour de Flandes, es la deportista más popular y irada de toda Bélgica, valones y flamencos por igual

Lotte Kopecky
Carlos Arribas

Cuentan los colegas belgas que su país no es tan diferente a España o al resto de Europa a la hora de hablar del deporte femenino, y que hasta hace nada, cuando el jefe, o la jefa, le encargaba a un redactor encargarse de Lotte Kopecky o de carreras ciclistas de mujeres, este veía la tarea como un castigo, oh no, ¿no hay otro?, y que, sin embargo, ahora, los mismos redactores se comportan como ciclistas veteranos, chupan rueda uno de otros y esprintan para llegar los primeros a la redacción y así ser enviados a las carreras que, seguramente, va a ganar Kopecky, tan buena es la doble campeona del mundo.

Y así ocurrió el domingo en Oudenaarde a las 17 horas, superados por las mujeres también el Viejo Quaremont y el Paterberg terribles, y el viento de cara, en una carrera durísima. Mientras la prensa de medio mundo solo tenía ojos y oídos para Tadej Pogacar, la mariposa que había flotado en los montes de adoquines y había reventado como solo una bomba lo haría toda la oposición en el Viejo Quaremont para ganar su segundo Tour de Flandes, toda Bélgica, país en el que el ciclismo es el deporte rey, y los miles de aficionados en la meta, entraba en ebullición y explotaba en ruidoso jolgorio cuando Kopecky se imponía a la sa Ferrand-Prévot y a la alemana Lippert en el sprint final para convertirse en la primera mujer que ganaba tres veces el llamado campeonato del mundo de todos los habitantes de los Flandes. Cuando cruzaba la línea de meta, Lotte Kopecky levantó el brazo derecho doblado por el codo y señalándose el bíceps voluminoso bajo la ajustada manga de su maillot arcoíris. Todos reconocieron en el gesto a Rosie la remachadora, la trabajadora empoderada de la Westinghouse del póster del We can do it!, y no sería Kopecky, de 29 años, quien llevara la contraria a nadie. “Este invierno estuvimos todo el equipo en un campamento de team building y frío helador en Laponia y en un bazar nuestra líder, Ana van der Breggen, vio el póster, pagó cuatro euros y lo pegó en el autobús”, explica Kopecky, la única ciclista belga en el SD Worx, el mejor equipo del mundo: licencia neerlandesa, sponsor belga, y Lotte. “Lo convertimos en nuestro símbolo y yo ya prometí que si ganaba en Flandes sacaría el bíceps igual, nuestra fuerza”.

Lo cuentan en primera página los periódicos francófonos, como Le Soir o La Dernière Heure, y los flamencos, en Het Laatste Nieuws y en el Het Nieuwsblad, y las televisiones de uno y de otro idioma de la Bélgica tan dividida. El amor por Lotte, la iración, une a todos, aseguran periodistas de uno y otro lado. Y los compañeros neerlandeses, la única patria del ciclismo femenino, observan el fenómeno con envidia. No es Kopecky solamente la mejor ciclista del mundo, también ha logrado que todas las niñas belgas quieran ser ciclistas. Ella se formó en el velódromo Eddy Merckx y vive en el pueblo de Roger de Vlaeminck, entre Amberes y Bruselas, y como el Caníbal es fuerte en todos los terrenos y como el llamado El Gitano, y sus patillas largas negras, sus brazos en escuadra sobre el manillar, solo respira clásicas duras y velocidad. “No me hablen de carreras por etapas, háblenme de Monumentos”, reclama Kopecky, que el sábado partirá como favorita para imponerse en su segunda París-Roubaix, y sería la primera que hiciera el mismo año el doblete Roubaix-Flandes, Bélgica le exige que gane el 27 en Lieja y Tadej Pogacar, con quien finalmente compartió podio el domingo, dos arcoíris resplandecientes, corrige hace unos días a los periodistas que le alaban por ser el primer ganador de las Strade Bianche con el maillot de campeón del mundo: “No, antes que yo lo hizo Lotte, no lo olvidéis”. Kopecky, como Pogacar, destaca por su nariz ciclista, por su saber colocarse en todo momento, por anticipar lo que ocurrirá, y por su fuerza y su velocidad, y su generosidad, que le lleva a trabajar para su compañera y amiguísima Lorena Wiebes, la mejor sprinter del mundo, imbatible, como antes lo hacía para Jolien d’Hoore, la compañera de juveniles que siempre la derrotaba, y solo cuando la ganó por primera vez creyó en lo que valía.

La fuerza de Lotte Kopecky, ganadora de una París-Roubaix, doble campeona del mundo también, doble ganadora de las Strade Bianche y en 2024 del Vélo d’Or a la mejor ciclista del mundo y también del trofeo a mejor deportista belga del año, nace de su carácter, de su educación en la academia Top Sport de Gante, donde fue futbolista a los 12 años y donde se hizo ciclista. Y de su individualidad insobornable. A su madre, que tuvo dos hijos y una hija, los vecinos le decían que en realidad tenía tres hijos señalando a Lotte, su pelo corto, su negativa a llevar falda, su audacia al no circular nunca por el carril bici sino por el centro de las carreteras, los brazos libres, al aire. Y no, nunca hablará de su vida privada ni de sus sentimientos, y ni siquiera lo hizo cuando se suicidó, víctima de una depresión, su hermano favorito. “Mi vida es mía”, dice. “Solo mía”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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