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Djokovic entra en una nueva dimensión: la derrota

El serbio cae ante Arnaldi, por cuarta vez a la primera en sus cinco últimos torneos: “Mentalmente es un reto enfrentarme a esto. Supongo que es el círculo de la vida”

Djokovic, durante el partido contra Arnaldi en la Caja Mágica.
Alejandro Ciriza

OMG (oh my god, oh dios mío), estampa Matteo Arnaldi sobre la lente de la cámara, feliz, después de haber vencido a Novak Djokovic (6-3 y 6-4, en 1h 41m) y de haber eliminado así otro aliciente en el torneo de Madrid. Se despidió hace un año Rafael Nadal, que ahora solo visita la capital española por asuntos de ocio, actos o negocios, nada de darle a la raqueta; ni está ni se le esperaba al número uno, Jannik Sinner, castigado hasta el 4 de mayo por el clostebol; ni siquiera han podido saltar a la pista Carlos Alcaraz y Paula Badosa, los dos estandartes actuales del tenis español, ambos lesionados; de los 11 representantes nacionales, tan solo Alejandro Davidovich sigue aún en pie, cara a cara con el gigantón Alexander Zverev; y, al ritmo de las bajas, el reciente campeón del Godó, Holger Rune, tuvo que desistir cuando su rodilla reclamó una tregua el primer día.

El caso es que, visto lo visto, Nole apuntaba como gran atractivo de cara a la segunda semana de la competición, pero lo del serbio (38 años el día 22) es hoy diferente. Otra realidad. Desconocido y extraño presente para el de Belgrado, acostumbrado a ganar casi de carrerilla, con esa superioridad tan abrumadora pese a todos los giros y las circunstancias que solían envolver sus partidos. No ahora. Agacha la cabeza y se inclina otra vez, nada de revolverse. Lo intenta, pero no puede. ¿Se acostumbra el gran campeón de todos los tiempos a este perder continuado, a la derrota, la cuarta que sufre esta temporada en un estreno?

Se expresa Djokovic en la sala de conferencias desde una perspectiva sumamente incómoda para él, el hombre que siempre terminaba dándole la vuelta a la historia, por muy feo que se hubiera puesto el panorama. Siempre escapaba. Hoy, sin embargo, su rumbo es diferente. Responde con una sonrisilla que revela el escozor, un trágame tierra. Pero, elegante, ite y transmite con el corazón en la mano: “En 20 años no había experimentado lo que he experimentado en estos últimos 12 meses: perder pronto demasiadas veces. Pero es parte del deporte, hay que aceptar las circunstancias e intentar sacar lo mejor de ellas para lo que viene. No puedo quejarme de mi carrera, no lo hago; solo es una sensación distinta que tengo que abrazar y aceptar, manejar de una forma especial”.

Arnaldi golpea durante el partido.

Djokovic y el perder, conceptos radicalmente antagónicos que en los últimos tiempos se han atraído. No perdía sus dos primeros partidos sobre tierra batida desde 2006, pero el mito no termina de encontrarse, no despega, no le alcanza en la arena ni tampoco lo hizo previamente sobre el cemento de Australia, Indian Wells, Doha ni Miami. Si no es una lesión, caso de Melbourne, es simplemente el juego. No acaba de carburar, irreconocible este competidor del momento que no se rebela ni se levanta. No hay fuego, no hay furia, no hay aullidos. No hay fuga. Él tan solo se resigna y ite con grandeza que la película está llegando a su fin y que, pese a que todavía tenga hambre, esto es ley de vida y a todo el mundo le llega la hora. Así lo sospecha la grada de Madrid, que por instantes jalea a Arnaldi y por otros rectifica, pensando que tal vez no vuelva a verle nunca más en acción. ¿Habrá sido esta la última vez?

Del gamberro a Dimitrov

“Podría ser. No estoy seguro de si volveré. Puede que vuelva, pero quizás no como jugador. Espero que no, pero podría ser…”, contesta el protagonista, superado por un adversario (24 años y 44 del mundo) que al inicio del duelo pensaba únicamente en mantener el tipo. “Al principio simplemente intenté no cagarme encima”, cuenta el italiano en la televisión de su país, mientras Djokovic digiere y procesa: es la cuarta derrota a las primeras de cambio en sus cinco últimos torneos. Durísima la radiografía, que a la par subraya los nuevos tiempos, puesto que es la primera vez que ningún jugador nacido en los años ochenta alcanza los dieciseisavos de un Masters 1000, categoría creada en 1990.

“Después de perder de esta forma no te sientes bien, pero ya he tenido unos cuantos de estos este año. Sabía que iba a ser un primer partido muy complicado, contra un muy buen jugador. Había entrenado bien, pero una cosa es entrenar y otra competir. Lo positivo es que he disfrutado más de mí mismo que en Montecarlo y otros torneos previos. El nivel de tenis no está donde me gustaría, pero es el que es”, se abre.

Djokovic, durante la rueda de prensa.

Poco más de hora y media dura este efímero desfile del balcánico por el barrio de San Fermín, adonde llegó con “expectativas bajas” y donde triunfó tres veces, 2011, 2016 y 2019. Lejos queda ya aquel chaval de las gamberradas, o la fiera a la que el público silbó en aquella infernal velada de 2013 ante Dimitrov, un antes y un después de su relación con Madrid. Entonces tardó tres años en regresar y otros tres han sido lo que ha tenido que esperar el aficionado español para contemplarle en vivo.

“Esperaba jugar algún partido más que en Montecarlo. El intentar ganar uno o dos partidos, el no pensar en llegar a las finales, es una nueva realidad para mí. Es una sensación distinta a la que he tenido durante 20 años. Mentalmente, para mí es un desafío enfrentarme a esto. Supongo que es el círculo de la vida y de mi carrera”, expone. “En algún momento iba a pasar, pero intento usarlo como una fuerza que me empuje en el futuro. Obviamente, los Grand Slams son los torneos más importantes para mí; eso no significa que no quiera ganar aquí, claro que quiero, pero en los Grand Slams es donde quiero jugar mi mejor tenis. No sé si podré hacerlo en Roland Garros, pero lo haré lo mejor que pueda”, añade.

Perfil bajo en París

Djokovic tiene por delante retos tan atractivos como alzar su trofeo 100 —ocho intentos frustrados desde el 4 de agosto de 2024, cuando se colgó el oro olímpico en París— y el 25º grande, pero hoy por hoy su rendimiento sigue sembrando más y más dudas, sin que aun así se descarte que tal vez pueda encontrar una última trampilla por la que tocar una vez más la gloria. Venía Arnaldi de perder también en las primeras rondas de Montecarlo y Barcelona, de modo que el traspié ante el italiano, al que no se había enfrentado nunca, incide en lo irremediable de la situación. ¿Es esto el principio del fin?

Reconoce Nole: “Siempre intento ser optimista y sé de lo que soy capaz, pero las cosas son diferentes con mis golpes, mi cuerpo, mis movimientos... Es la realidad que tengo que aceptar. La de ahora es una presión diferente. Cada vez que piso la pista siento los nervios y el estrés, lo que otros jugadores sienten, también la emoción. Todavía me gusta competir, aunque se ha convertido en un desafío más grande para mí, para ser honesto. Pero lo haré lo mejor que pueda en el futuro. No voy a Roland Garros como uno de los principales favoritos, pero quizás eso pueda ayudar. No lo sé, ya veremos”.

Melancolía en la mole de San Fermín.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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