La obsesión del PP por controlar la sala del Supremo que juzga la corrupción sigue viva
El Gobierno de los jueces mantiene el bloqueo en el nombramiento de uno de los cargos clave del Tribunal


Los 10 vocales conservadores del Consejo General del Poder judicial, elegidos a propuesta del PP, no iten que una mujer, Ana Ferrer, veterana magistrada perteneciente a la asociación progresista Juezas y jueces para la Democracia, presida por primera vez la sala de lo Penal del Tribunal Supremo, el órgano judicial que investiga la corrupción de la clase política. Los 10 vocales progresistas elegidos a propuesta del PSOE y de Sumar no aceptan que un magistrado del Supremo apoyado por el bloque conservador presida esa misma sala Segunda.
Dado que el nombramiento tiene que contar con el apoyo de 13 de los 21 del Consejo General del Poder Judicial, el bloqueo está garantizado. Es una situación parecida a la que permitió al PP controlar durante cinco años a través de una mayoría de vocales conservadores el Consejo General del Poder Judicial. El PP se negó con excusas variopintas durante ese tiempo a la renovación que establece la Constitución.
Obligado a los consensos -necesitan 13 de 21 votos para aprobar los nombramientos- el actual CGPJ lleva meses fracasando en este empeño. Mientras tanto, el magistrado Andrés Martínez Arrieta ejerce en funciones la presidencia de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo y es el candidato a ese puesto del bloque conservador del Poder Judicial.
Su antecesor en la presidencia de la Sala Segunda, Manuel Marchena, tuvo que renunciar a presidir el Tribunal Supremo cuando conoció que el Partido Popular lo consideraba el instrumento útil para controlar “desde detrás” la Sala Segunda. Herido en su dignidad, Marchena renunció a la propuesta para presidir el Consejo General del Poder Judicial y se mantuvo al frente del órgano que el PP consideraba bajo su control.
Durante este tiempo, la Sala Segunda del Supremo confirmó la condena por grave corrupción del Gobierno del PP en los casos Bárcenas y Gürtel, juzgo y castigó con altas penas de cárcel a dirigentes independentistas catalanes por sedición y malversación e impidió la aplicación de la Ley de Amnistía al prófugo Carles Puigdemont, entre otras sentencias.
Desde hace 20 años, la sala de lo Penal del Supremo ha estado dominada por magistrados conservadores. Tras la llegada al Gobierno de José María Aznar, en 1996, el PP impuso el rodillo por su mayoría en el Consejo General del Poder Judicial y copó los principales puestos que iban quedando vacantes en el Supremo, dado que no se requerían mayorías cualificadas. Cuando el PP llegó al Gobierno, la Sala de lo Penal tenía seis magistrados conservadores y siete progresistas. Cuando el PP perdió el poder en 2004 había revertido esa situación a favor de la derecha judicial. Una situación que llega hasta hoy: de 15 magistrados que componen la sala Segunda, solo hay cuatro del denominado sector progresista en órgano que dirime las causas penales contra los políticos aforados.
La obsesión del PP por seguir controlando esa Sala llega ahora hasta la presidencia del órgano. Cuando intentaron colocar al magistrado Marchena al frente del Consejo General del Poder Judicial mediante un pacto con el PSOE, lo explicaron así en un mensaje enviado a sus diputados y senadores: “Ha sido una jugada estupenda que he vivido desde la primera línea. Nos jugábamos las renovaciones futuras de dos tercios del Tribunal Supremo y centenares de nombramientos en el Poder Judicial, vitales para el PP y para el futuro de España (…). Obtenemos lo mismo numéricamente, pero ponemos un Presidente excepcional [Manuel Marchena], (...) un gran jurista con una capacidad de liderazgo y autoridad para que las votaciones no sean 11-10 sino próximas al 21-0. Y además controlando la Sala Segunda desde detrás y presidiendo la sala 61″.
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