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La lucha contra la marihuana se enquista en Cataluña: “No estamos ganando”

Con plantaciones mayoritariamente interiores, defendidas con armas de fuego, el cultivo de cannabis se ha convertido en la puerta de entrada de la juventud a la delincuencia y a la producción de otras drogas

Marihuana en Cataluña
Rebeca Carranco

Los Mossos d’Esquadra empezaron a mirar la marihuana con preocupación en el año 2017. Mucho esfuerzo, comunicación e insistencia después, lograron colocar en la agenda pública el problema que supone el cultivo de esta droga, percibida como blanda. “De ser un país de paso, nos hemos convertido en productores: primero de la marihuana y, con ella, de otras drogas”, lamenta el subinspector Albert Llena, jefe del área central de análisis de los Mossos, sobre las consecuencias de ser una de las principales huertas de Europa. A pesar de la dedicación (solo el año pasado, los Mossos intervinieron más de medio millón de plantas, arrancaron 400 plantaciones, detuvieron a 2.000 personas y dirigieron más de 600 investigaciones), la droga escapa de sus manos. “No estamos doblando la curva, no estamos ganando”, ite el subinspector, que asegura que todos los indicadores muestran “una tendencia al alza”. Y alerta de que es un sector de introducción de gente joven a la delincuencia.

El mayor desafío radica en el asentamiento de las organizaciones criminales en Cataluña, que ha dejado de ser un lugar únicamente de tránsito. “El crimen organizado ya está aquí y ahora busca otros espacios con los que traficar”, razona el subinspector, que asegura que por primera vez han encontrado y desmantelado laboratorios de cocaína. También han detectado en los últimos dos años un resurgir del hachís, en parte por la presión en el sur de España. “Si el delincuente que en Cataluña domina la marihuana, en Europa trafica con cocaína, va a aprovechar para traficar con esta segunda droga también aquí”, añade, sobre cómo el territorio es ya un campo base para las estructuras criminales. Unas organizaciones que, además, funcionan como empresas a la caza de beneficio: el dinero que ganan con la marihuana lo reinvierten en cargamentos de otras sustancias. “A medida que se han ido enriqueciendo han ganado capacidad de inversión”, analiza.

Un mosso analizaba el nivel de THC en una plantación de marihuana desmantelada en La Seu d’Urgell (Lleida) en 2023.

Las consecuencias más graves se palpan en algunos barrios muy concretos, en los que el tráfico de drogas funciona como un virus, que infecta el sistema, para convertirlo en una narcosociedad. “El riesgo ha aumentado”, advierte el subinspector, que cita dos casos: la Font de la Pólvora, en Girona, y La Mina, en Sant Adrià de Besòs (Barcelona). Allí el cultivo y tráfico de marihuana, en manos de clanes familiares, ha sustituido buena parte de la economía legal. La cara más visible son las riñas, los tiroteos y los enfrentamientos, incluso con la policía. Los traficantes “se han podido hacer con más control”, se “produce un dominio del crimen organizado sobre el Estado”, abunda. “Ellos deciden quién ocupa un piso y quién no”, presionan, e incluso “obligan a ceder viviendas para montar plantaciones”. “Son casos en los que desafían abiertamente la autoridad, no solo la policial, también del Estado en general”, insiste. A modo de ejemplo, cita el caso de los clanes echando abajo el cableado eléctrico por la noche, y decidiendo al día siguiente, cuando acuden los técnicos a instalarlos de nuevo, por dónde deben pasar: “Más cerca de las casas que ellos tienen destinadas a la marihuana”. Es una situación muy preocupante, pero muy acotada, tranquiliza el mando policial.

La fotografía fija de la manera en la que se cultiva marihuana también se ha movido desde que los policías se paseaban, curiosos, por la macro feria de Spannabis: una cita anual del mercado legal que rodea a la marihuana, donde se exhibe, se compra y se vende todo lo necesario para el cultivo. De semillas, a fertilizantes, pasando por luces, ventiladores, humidificadores y todo tipo de controles remotos... Entonces existía un boom de personas sin antecedentes, que se acercaban a ese mundo con expectativas y curiosidad. Se solían informar en growshops, las tiendas donde se venden productos que permiten montar una plantación, pero desconocían que algunos de ellos estaban dirigidos por criminales. Los grupos les vendían todo lo que necesitaban, esperaban a que plantasen y creciesen las flores, y después los asaltaban. “No sabían que les habían robado ellos mismos”, con los que encima habían contraído una deuda, recuerda el subinspector.

Plantación de marihuana en el interior de una vivienda de Piera (Barcelona), el 17 de abril de 2025.

Casi una década después, el negocio de la marihuana y sus cultivadores se han sofisticado. De la mano de las mejoras tecnológicas, la domótica permite controlar casi a distancia las plantaciones. Los Mossos comparan los datos con 2019 y comprueban que uno de los cambios más notables ha sido la reducción de las plantas exteriores. “Han pasado de 35% al 13% el año pasado”, explica Llena. Uno de los momentos clave fue la sequía, que hizo cada vez más dificultoso sacar adelante las plantaciones al aire libre, con la complicación añadida de buscar lugares recónditos, con alguna posibilidad de regadío, alejados de la vista de los drones policiales. “Las ayudas tecnológicas nos han jugado a favor”, ite el subinspector, que asegura que además los controlan a través de las imágenes por satélite.

Las plantaciones interiores son mayoritarias, más rentables y también han mutado. “Las primeras naves estaban muy tecnificadas, muy preparadas, en manos de una delincuencia que había dado el paso de los talleres [de ropa clandestinos] a las plantaciones indoor”, cuenta el subinspector. Ahora la inmensa mayoría son plantaciones “medias” de unas 600 plantas, que se acostumbran a cultivar en pisos, casas o en naves industriales, en polígonos apartados. Para protegerse, utilizan agentes de la propiedad inmobiliaria como intermediarios, con los alquileres a nombre de “testaferros”. Algunos traficantes optan todavía por ocupar pisos, “pero ya no es un modelo predominante”. Sí que persiste “la defraudación eléctrica” porque supone un gasto importante. La tecnología también ha permitido mejorar las semillas para obtener “variedades que dan muchos más cogollos”, la flor de la planta de la marihuana, donde se concentra la sustancia psicoactiva. “Cada vez encontramos más semillas que teóricamente son solo para coleccionismo”, asegura el subinspector, con casos “puntuales” de hasta un 20% de concentración de tetrahidrocannabinol (THC, sustancia psicoactiva) cuando la media actual se sitúa en el 13%.

Con las mayores ganancias y la profesionalización del sector se ha incrementado la protección de los traficantes. “En el medio rural, habíamos encontrado trampas de todo tipo: pinchos en el suelo, electrificaciones, incluso alguna balística”, recuerda el subinspector. “Ahora, para repeler narcoasaltos o para asaltar, se dota a los jardineros de armas de fuego”, ite el mando policial, sobre una realidad que preocupa a los Mossos (solo el año pasado aumentaron un 14 % las armas de fuego vinculadas a actos delictivos, con 445 armas intervenidas, entre ellas 21 de guerra). “Incluso se ha optado por contratar a sicarios, con armas largas, cortas y semiautomáticas, y va en aumento”, alerta el mando policial. Esas armas de fuego suelen usarse en los vuelcos (robos entre traficantes), que han crecido en paralelo. Si en 2019 los mossos investigaron 14 casos, el año pasado tuvieron conocimiento de 79 vuelcos, teniendo en cuenta que es un fenómeno con una elevada cifra negra: sus protagonistas no acostumbran a denunciarlo.

La policía no ve a corto plazo un futuro mejor, y advierte que la marihuana es la puerta de entrada a la delincuencia de muchas personas: aproximadamente la mitad de los detenidos no tienen antecedentes previos. “Es un sector de introducción para la gente joven, que no ha tenido una salida, que no ha encontrado una oportunidad para colocarse en el mercado laboral”, reflexiona el subinspector Llena. E insiste en que la solución no es únicamente policial. “Hace falta un esfuerzo común”, opina, con incidencia en otras áreas. “Médicas, para estudiar la peligrosidad de esta droga; sociales, para encontrar salida a los jóvenes antes de que entren en este mundo; legislativas, para igualar las penas en Europa...”, propone, sobre un problema global, de difícil erradicación.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.
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