¿El ‘bonus del Brexit’? El Reino Unido busca negociar con Trump pese a tener la mitad de aranceles que la UE
El primer ministro británico confía en cerrar con Estados Unidos un acuerdo comercial que reduzca aún más el 10% impuesto por Washington a las exportaciones británicas. La guerra comercial amenaza con nuevas tensiones en Irlanda del Norte


Keir Starmer prefiere ver la copa medio llena a medio vacía ante la guerra comercial desatada por Donald Trump, que también ha salpicado al Reino Unido. A diferencia de la UE, que a partir del miércoles —si el presidente republicano no produce otro giro de guion— verá elevados al 20% los aranceles a sus exportaciones a Estados Unidos, los productos británicos solo se verán gravados un 10%.
El primer ministro ha expresado este viernes, a través de uno de sus portavoces, su intención de abrir a lo largo del fin de semana un diálogo con otros líderes internacionales “respecto al paisaje económico global” que abre la ofensiva de Trump. Downing Street aboga por mantener la cabeza fría, atemperar cualquier respuesta a Washington y perseguir una negociación.
¿Un bonus del Brexit o un dividendo del Brexit, como lo han bautizado algunos euroescépticos conservadores y los medios británicos? “Un 10% de aranceles es una mala noticia, pero mejor que el 20% impuesto a los de la Unión Europea”, se ha apresurado a proclamar el político populista Nigel Farage, uno de los principales impulsores del divorcio del club comunitario.
Es indiscutible que el hecho mismo de estar fuera de la UE ha evitado al Reino Unido un arancel del 20% que todos los socios van a sufrir de modo homogéneo, al margen de sus respectivas balanzas comerciales con Washington.
Pero no parece ser esa la razón última para la rebaja obtenida por Londres. Ni tampoco la “relación especial” que Starmer ha pretendido cultivar con Trump en los últimos meses, por más que desde su Gobierno se sugiera discretamente que la cordialidad entre ambos líderes haya podido ayudar a que el castigo haya sido más suave.
Lo cierto es que el Gobierno de Trump se ha limitado a aplicar al Reino Unido la misma regla que al resto de países, derivada de la balanza que tiene con cada uno de ellos. Londres, al contrario que la UE en su conjunto, tiene un déficit comercial respecto a Washington. Compra más de lo que vende. Por eso recibe el arancel mínimo del 10% que la Casa Blanca ha querido imponer a todas sus importaciones.
Y Estados Unidos posee además una considerable porción de la economía británica, con lo que su decisión de ser más suave con la isla tiene mucho más que ver con la estrategia de no infligirse daño propio que con un trato especial a un aliado. Dos millones de británicos trabajan para compañías estadounidenses que en 2020 (el último año en que se registró el dato), reingresaron en impuestos al tesoro norteamericano unos 700.000 millones de dólares ((cerca de 637.000 millones de euros).
“Nadie gana en una guerra comercial. No está en nuestro interés nacional. Y disfrutamos de una relación comercial justa y equilibrada con Estados Unidos. Vamos a continuar negociando con ellos un acuerdo de prosperidad económica que fortalezca aún más esa relación. Lucharemos por el mejor acuerdo posible para el Reino Unido”, prometía Starmer, a primera hora de este jueves, a un grupo de empresarios británicos. Los había convocado en Downing Street para expresarles —a ellos, y al resto de ciudadanos— su primera reacción ante los nuevos aranceles anunciados por Trump el miércoles.
El primer ministro regresó de Washington, después de su visita oficial de finales de febrero, con un optimismo que algunos de sus críticos consideraron excesivo. Había obtenido de Trump la promesa de un acuerdo comercial entre ambos países, un premio que persiguieron inútilmente todos los impulsores del Brexit como el ex primer ministro, Boris Johnson, que soñaban con que el mercado estadounidense compensara el perjuicio económico que había supuesto el abandono de la UE.
Desde ese viaje a la capital estadounidense, los negociadores de ambos gobiernos trabajan en un pacto del que se conocen pocos detalles, más allá del deseo del Gobierno de Starmer de construir una alianza tecnológica, sobre todo en los avances en Inteligencia Artificial, con la primera potencia del mundo.
Con la esperanza de ese tratado comercial, el primer ministro ha intentado mantener la cabeza fría y no especular sobre posibles respuestas recíprocas a las amenazas de nuevos aranceles que proclamaba Trump.
Hasta que, este miércoles, el Gobierno británico ha comenzado a entender que no iba a salir indemne de un terremoto geopolítico que acabaría afectando a todos los países. La principal exportación del Reino Unido a Estados Unidos la componen los automóviles, para los que la istración estadounidense ha impuesto una subida generalizada del 25%. Igual sucede con el 25% impuesto al acero. Después de la UE, Estados Unidos es el principal destino del acero británico.
Una respuesta templada
En política, si se quiere anular un asunto, se crea una comisión. Si se quiere retrasar, se abre un periodo de consultas. El Gobierno de Starmer sabe que tiene que preparar una posible respuesta a los aranceles de Trump, como preparan la UE, China o Canadá. Pero todavía tiene sus esperanzas puestas en una negociación bilateral con Washington que evite el castigo comercial.
El ministro británico de Comercio y Empresas, Jonathan Reynolds, confirmaba este jueves en la Cámara de los Comunes la estrategia para ganar tiempo: “Hemos lanzado hoy una petición [a las empresas] para que nos informen de las implicaciones que podría tener para ellas una acción de respuesta”, explicaba. “Escucharemos las opiniones durante cuatro semanas, hasta mayo de 2025, sobre la lista de productos que podrían ser incluidos en una respuesta arancelaria británica”, añadía.
La guerra comercial lanzada por Trump se produce apenas una semana después de que el Gobierno de Starmer anunciara nuevos recortes en el gasto social para equilibrar sus cuentas. Si no se frena el impacto de los nuevos aranceles, ha calculado ya el Instituto Nacional de Estudios Económicos y Sociales, la economía británica podría ver reducido en un 1% su crecimiento y poner a Downing Street entre la espada y la pared, cuando apenas lleva un año al mando del país el Partido Laborista.
Irlanda e Irlanda del Norte
La isla de Irlanda contempla con una preocupación agravada la guerra comercial desatada por Trump. Si la república, miembro de la UE, teme que la tensión arancelaria provoque la huida de las grandes tecnológicas estadounidenses, que llevan más de dos décadas como motor económico del país, en Irlanda del Norte cunde el temor entre las empresas, que de nuevo se van a encontrar en tierra de nadie.
La posible respuesta de la UE a Estados Unidos, en forma de aranceles, será probablemente de un grado superior a la que pudiera decidir el Reino Unido. La víctima de esta nueva divergencia, como lo viene siendo desde que el Brexit es una realidad, será el territorio británico norirlandés.
Desde la firma del Protocolo de Irlanda —que intentó adaptar este territorio a la nueva realidad fuera de la UE—, y del Acuerdo Marco de Windsor (que corrigió los problemas derivados del protocolo), el territorio norirlandés se considera parte del mercado interior de la Unión Europea. Debería imponer a los productos estadounidenses los mismos aranceles que el resto de países comunitarios. “Si el Reino Unido decide no aplicar reciprocidad, o no lo hace en la misma medida que la UE, nos situará en clara desventaja”, ha advertido Stephen Kelly, director de la organización de fabricantes norirlandeses Manufacturing NI. “Las empresas de Belfast [Irlanda del Norte] que compran productos estadounidenses pagarán más que las de Bolton [Inglaterra]”, ha señalado.
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