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tribuna
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El gran apagón fue un “bulo facha”

No se entiende en qué ayuda a frenar a la ultraderecha el huir de determinadas discusiones

Una calle de Burgos, a oscuras la noche del lunes.
Estefanía Molina

Se decía que el gran apagón era un “bulo facha”, que eso jamás podía pasar en nuestro país, hasta que España entera se fundió en negro durante horas. De la experiencia aprendemos la prudencia. La ultraderecha juega a sembrar pánico en nuestras sociedades, y en este asunto su intención seguramente no fuera distinta. La duda es si la pretendida huida del alarmismo no se ha vuelto una forma sutil de acallar ciertos debates en democracia, simplemente, porque son incómodos a la agenda del progreso.

Ocurre con el caso de las energías renovables. Pese a que la presidenta de Red Eléctrica Española (REE), Beatriz Corredor, niega que fueran el motivo de la caída energética —tocará ser prudentes hasta tener una investigación exhaustiva del incidente— el apagón nos ha permitido conocer, al menos, algunos potenciales riesgos de la transición ecológica. El anterior presidente de REE, Jordi Sevilla, reconocía en un artículo que la red española no está aún técnicamente preparada para que haya picos de intensidad en las renovables —fotovoltaica y eólica—; varios expertos entrevistados apoyan esa tesis; y un informe de Red Eléctrica alertaba hace dos meses de posibles “desconexiones”. Poco conocidos eran esos argumentos hasta ayer por el gran público. Siempre habrá quien lo interprete como un ataque a las energías limpias, cuando debería ser lo contrario: una forma de señalar honestamente qué se puede mejorar a futuro, para quienes creemos en ese modelo.

Así que cabría preguntarse en qué ayuda a parar a la ultraderecha el evitar ciertas discusiones, quizás, porque presentan fisuras al ideal progresista. También se decía que la ley del solo sí es sí jamás reduciría condenas, que era propaganda machista, y hace poco, el Tribunal Superior de Justicia de Navarra ratificó la rebaja de condena a dos integrantes de La Manada. Pensar que la ultraderecha solo vive de bulos es naif. También ha empezado a expandirse en el “yo ya lo dije, creedme a mí, que no os miento” para seguir sumando adeptos a su causa, aprovechando los huecos informativos que deja el sistema político.

A fin de cuentas, evitar contemplar ciertos escenarios no impide sus consecuencias. Dado que el apagón era un “bulo facha”, muchos ciudadanos probablemente se tomaron a pitorreo eso de tener un kit de emergencia en casa. Los más jóvenes, tal vez vieron por primera vez una radio a pilas funcionando. Otros no tuvieron ese momento de revelación: se quedaron atrapados en los trenes, los ascensores, o incomunicados. Muchas familias no habrían tenido tampoco cómo alumbrarse durante la noche, ni cómo calentar la comida, si no tenían ni linterna, ni velas, ni camping gas, porque no parecía necesario. El antialarmismo también hace sus estragos en las sociedades acostumbradas a la normalidad.

Sin embargo, no esperen demasiada reflexión política sobre el apagón; solo habrá debate ideológico o lucha partidista. Demonizar sistemáticamente a las nucleares parece poco realista: la mayor parte de la energía sa, que ayudó a remontar nuestro modelo, proviene de ahí. Distinto es que uno tenga motivos morales para oponerse a ella legítimamente. Aun así, el propio informe de Redeia afirmaba que depender solo de las renovables —sin mejorar una red poco preparada para ellas— podía provocar cortes severos de luz debido a su menor capacidad de adaptación ante perturbaciones. Todo ello, sumado al cierre de centrales carbón, ciclo combinado (gas) o nuclear, las cuales ofrecen mayor estabilidad o inercia mientras no adaptemos nuestras infraestructuras eléctricas del todo al nuevo modelo.

El caso es que España vivió en sus carnes la posibilidad de que el “bulo” fuera real, y ahora hay expertos diciendo que no es tan raro que se produzca un apagón cada 50 o 100 años, a cambio de tener energía más barata. Aceptar que una de las economías del euro puede apagarse durante horas debería ser preocupante. Las alegres terrazas llenas o la gente circulando civilizadamente por la calle probablemente habrían dejado ver nuestra peor cara horas después del corte de suministro. A veces, ese pretendido “civismo” es lo más parecido a la mansedumbre de metabolizar que, pase lo que pase, estamos dispuestos a no indignarnos porque luego se vuelve realmente difícil señalar o fiscalizar a los responsables de lo ocurrido.

Por último, el gran apagón nos alerta de que no vivimos de espaldas a un contexto internacional hostil. El mundo no es ese sitio donde, según algunos, no necesitamos gastar en Defensa. Proteger las infraestructuras críticas es de primero de seguridad nacional, aunque en este caso no mediara, según REE, un ciberataque de potencia extranjera. Ni siquiera hace falta que vuelva la mili para instruir a los ciudadanos en consejos básicos por si se repiten situaciones de emergencia.

A la postre, el “bulo facha” escondía muchos matices que hasta ahora ignorábamos. Y es que, a menudo, no ganan quienes dicen la verdad sino quienes logran que la gente deje de creer en las explicaciones oficiales. Que cada cual asuma su culpa o responsabilidad en este asunto: la ultraderecha ahora nos dirá cínicamente que, como mínimo, ellos ya habían avisado.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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