La desaparición de la narración o por qué las vacas vuelan
El mundo digitalizado nos está convirtiendo en individuos huecos porque estamos vacíos de relato


La semana pasada, tuve una conversación con mi fisioterapeuta que aún me ronda la cabeza. Me comentó que una de sus pacientes era novelista. “¿Cómo se llama?“, pregunté, sin poder reprimir la curiosidad del gremio. ”El apellido no lo sé“, contestó, y luego me contó que a su marido le habían regalado un libro de esos que se venden mucho. Tampoco se acordaba del nombre del autor: ”Las cosas que no son importantes las olvido".
Hubo algo en su manera de referirse a esas cosas “no importantes” —que luego comprendí que engloban el teatro, la música o cualquier cuestión que se escape del pago de la hipoteca o las historias clínicas— que me dejó desconcertada. Y no, no se trata de la vieja disputa entre las ciencias y las letras. Ese desprecio por la materia narrativa, o más bien, ese no darse cuenta de la relevancia de las historias, puede tener fatales consecuencias.
El cuerpo es menos capaz de funcionar sin relato que sin proteína. ¿Por qué me levanto por la mañana, por qué hago esto, compro lo otro, me relaciono con estos, voto por aquellos otros? Sin una mínima guía que estructure nuestro día a día, estamos perdidos. Lo sabemos al menos desde Paul Ricoeur: nuestra psique es narrativa. Narrar, narrarnos, resulta imprescindible para orientar nuestra acción y situarnos en el tiempo. Tan imprescindible que, igual que sucede con el vacío de nutrientes, si no tenemos un buen relato a la mano —uno que sea nutritivo y beneficioso para nosotros—, nos llenaremos con el que haya.
Un ejemplo revelador de este fenómeno lo encontramos en El mejor de los mundos imposibles, de Gabriel Ventura, donde se desgranan los detalles de un movimiento conocido como reality shifting. Los shifters, así se autodenominan, practican una estrategia que se puso de moda en la pandemia y que consiste en una especie de meditación en la que el sujeto se sumerge durante horas en mundos ficcionales para luego contarlo, claro, en TikTok o en un sitio similar.
El deseo de evasión cuando lo que te rodea es insoportable no es nada nuevo, pero el hecho de que la huida se produzca a escenarios construidos por la cultura de masas, desde HBO a Amazon Prime, pasando por los escenarios de la PlayStation o Nintendo, resulta, cuando menos, desasosegante. ¿Cómo puede ser que estemos tan vacíos que ni en sueños seamos capaces de inventar nuestro propio mundo?
De acuerdo con el narratólogo y analista social francés Christian Salmon —no dejen de leer su Storytelling—, desde hace más de un siglo se viene produciendo una merma de nuestra capacidad de contar historias. Nuestro vaciamiento narrativo habría empezado con la Primera Guerra Mundial, se habría profundizado en la Segunda y estaría acabando de completarse en nuestros días. La propaganda bélica y la disolución de la dimensión temporal de los acontecimientos habrían sido las claves de esta destrucción, que llega al paroxismo con el storytelling, el uso del relato con fines comerciales. Esta técnica, que consiste en construir “pequeños relatos [stories] ejemplificantes", ha sido utilizada desde la publicidad y la política hasta los grandes productores de relato, como Disney o Netflix. Su objetivo, defiende Salmon, es dirigirse a las emociones para conseguir que nos amoldemos a ciertos comportamientos, en vez de proponer mitos interpretables que nutran la imaginación, como harían los “grandes relatos”, empezando por Homero.
La psicoanalista y escritora Lola López Mondéjar profundiza en el análisis de este problema en su magnífico ensayo Sin relato. Para la autora, el triunfo del mundo digitalizado produce un individuo incapaz de explicarse a sí mismo. Somos, o más bien nos hemos convertido, en “individuos huecos”. Ilustra Mondéjar esta idea con el caso de una de sus pacientes, una joven médica aquejada de sufrimiento emocional que suscitó su interés porque, si por un lado era capaz de contar todo lo que hacía (gimnasio, cursos, viajes), por otro parecía incapaz de relacionar los acontecimientos con sus emociones. Sus historias carecían de un porqué y un para qué; no había en ellas trama ni argumento, es decir, no narraba, no informaba. Pareciera, añade la psicoanalista, que la joven estuviera esperando a que alguien le diera sentido a su historia.
Propone Mondéjar que este vaciamiento acaba atrofiando no solo la capacidad de comprendernos a nosotros mismos, sino también nuestra facultad de pensamiento: al ser incapaces de transformar lo que sucede en una experiencia subjetiva y comunicable, resultaríamos acríticos. Algo parecido proponía Salmon: “Las historias (stories) se han vuelto tan convincentes que amenazan con sustituir los hechos y los argumentos racionales".
El barrido de la imaginación, esa “conversión de la conciencia en un menú de Netflix”, en palabras de Ventura, nos acabaría por incapacitar para algo tan “poco importante” como el razonamiento, o para la exigencia, por ejemplo, de pruebas fiables antes de adherirnos a cualquier teoría. Si la deriva continúa, no se extrañen ustedes si mañana, o esta misma tarde, viene un señor y nos cuenta que las vacas vuelan y terminamos por creérnoslo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.