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Reparar billetes hechos trizas o fabricar combustible con plástico: los nuevos oficios para sobrevivir en una Gaza totalmente asediada

Los habitantes de la Franja inventan soluciones desesperadas para sobrevivir al bloqueo israelí, que no permite la entrada de suministros desde principios de marzo. Para muchos de ellos, son prácticamente un “acto de patriotismo”

Franja de Gaza

A las afueras de Jan Yunis, bajo unos muros de adobe ennegrecido, Abdel Rahman Asfour, un muchacho de 22 años, hace equilibrios entre largas tuberías metálicas llevando unos pesados bidones hasta sus compañeros. Bajo esa tubería arde un fuego primitivo durante 12 horas seguidas para fundir poco a poco casi una tonelada de plástico triturado y obtener una pegajosa sustancia amarilla. Luego se introduce ese mejunje viscoso en barriles, se enfría usando unas tuberías de agua y al final se transforma, a golpe de prueba y error, en unas preciosas gotas de combustible casero.

“Transportamos 900 kilos de este material a pulso, sin motores ni bombas; no tenemos el equipo necesario para hacerlo de otra manera”, relata Asfour, padre de un chiquillo llamado Nahid. Su equipo trabaja en turnos de cuatro horas en medio de un calor abrasador, sellando el tubo de hierro con gruesos pernos y alimentando el fuego con leña para poder obtener una especie de gasolina o gasóleo.

Su jefe, Mohamed al Aqqad, de 47 años, observa el proceso a una prudente distancia. Hace meses, su taller quedó calcinado a consecuencia de una explosión por una fuga de gas de cocina procedente de una tubería secundaria; un error que desde entonces han corregido separando los conductos de gas y los de combustible. Ahora, cuando los primeros hilos de gas salen disparados hacia arriba, el rostro de Al Aqqad se ilumina con una sonrisa. “Es la prueba de que está funcionando”, explica mientras se prepara para recoger los combustibles líquidos: primero la gasolina y luego el diésel, cada uno evaluado en función de su color, olor, textura e incluso por cómo arde en el motor de una motocicleta.

Israel no ha permitido desde principios de marzo la entrada de ningún tipo de suministro para los 2,1 millones de habitantes de Gaza, un asedio que ha provocado una escasez extrema y disparado los precios de los artículos que todavía están disponibles. El lunes y por primera vez en más de dos meses, Israel anunció que había autorizado el paso de al menos cinco camiones de ayuda humanitaria, ante la presión internacional, esencialmente de su principal aliado, Estados Unidos. Se trata de un volumen de ayuda irrisorio vista la magnitud de las necesidades. Ante este panorama desolador, los gazatíes han recurrido en estos meses a la improvisación extrema: inventan trabajos que antes no existían y recuperan otros que prácticamente habían desaparecido para crear una economía de subsistencia

Lo que hacemos es ayudar a la gente a sobrevivir, a mantener en funcionamiento los pozos de agua y los viejos camiones
Mohamed Al-Aqqad fabrica combustible casero

“Estos nuevos oficios no son solo producto de la necesidad”, asegura Al Aqqad. “Son una forma de aguantar, una manera de decir que no tiramos la toalla”. Para este padre de siete hijos, este rudo oficio es tanto un medio de subsistencia como una necesidad. “El asedio no nos ha dejado otra opción”, afirma. Antes, se dedicaba a resolver disputas tribales; ahora arriesga su vida y la de sus trabajadores para producir el combustible que el territorio ya no puede importar. “No es de la misma calidad, claro. Algunos motores se averían, pero repararlos cuesta mucho menos que pagar en el mercado negro el precio del combustible israelí o egipcio”.

Una tonelada de plástico triturado le cuesta unos 2.000 dólares (1.774 euros), y una tonelada de leña, otros 1.000 (887 euros): una inversión importante para producir tan solo unos 700 litros de combustible, de los cuales 200 son de gasolina, que luego vende a 20 dólares el litro (frente a los 60 dólares del combustible comercial). El diésel se vende a 6 dólares el litro, aproximadamente la mitad del precio que piden por el escaso combustible extranjero que se pueda encontrar todavía en la Franja.

Vista general de la estación de producción de combustible casera en Jan Yunis, Gaza, en una imagen del 15 de abril

“Es un acto de patriotismo”, zanja Al Aqqad. “Lo que hacemos es ayudar a la gente a sobrevivir, a mantener en funcionamiento los pozos de agua y los viejos camiones”. Sin embargo, aunque cuenta con orgullo que emplea a 10 hombres y abastece a cientos de clientes, se lamenta por la ineficacia de este método: sin el equipo adecuado, no pueden capturar los subproductos del gas ni extraer disolventes industriales, que se pierden en el proceso.

El hombre que repara encendedores

En el centro de Jan Yunis, Wael Barbakh, de 50 años, se inclina sobre una mesa atestada de pequeños muelles, ruedas y boquillas. Este padre de ocho hijos repara encendedores, un oficio impensable antes de la guerra, cuando uno nuevo costaba tan solo 20 céntimos. Ahora, con las importaciones bloqueadas, un encendedor se vende por más de 12 dólares, de modo que sale a cuenta ofrecer un servicio de reparación por solo un dólar.

“Antes trabajaba en la construcción en Israel”, afirma Barbakh, con el rostro surcado por el cansancio. Antes de que estallara esta guerra, en octubre de 2023, algunas decenas de gazatíes habían recibido un permiso para trabajar en Israel, a menudo en obras, como albañiles, o en granjas cercanas a la Franja. “Cuando se me agotaron los ahorros, recurrí a esto. La gente necesita hacer fuego, para cocinar, para obtener luz... Para todo”, agrega.

Suele arreglar unos 20 encendedores al día empleando las piezas de los que están rotos. A los clientes más pobres a veces se los repara gratis. “Estamos todos en el mismo barco”, añade. “Yo mismo he tenido que desplazarme más de seis veces. Lo he perdido todo: mi casa, mi dinero, hasta lo más básico”.

En los últimos 19 meses, al menos 53.000 palestinos han muerto en ataques israelíes en la Franja, según cifras del ministerio local de Salud, que la ONU toma como referencia.

Wael Barbakh, de 50 años, utiliza piezas de encendedores rotos para arreglar los que ya no funcionan, en Jan Yunis, Gaza, el 15 de abril.

Pese a las terribles circunstancias que les toca vivir, Barbakh dice sentirse afortunado por poder ganar algo de dinero para alimentar a su familia con este trabajo. “La demanda es mayor durante los periodos en que no entra ayuda humanitaria, mientras que cuando se abren los pasos fronterizos y se permite el paso de mercancías, los precios de los mecheros pueden bajar hasta cinco dólares cada uno”, explica. “Nunca en mi vida imaginé que me dedicaría a arreglar mecheros, y que estos se convertirían en una mercancía tan escasa y esencial”.

Reparar billetes, otro de los oficios nacidos de la necesidad

A unas calles de distancia, Badr Sharab, de 35 años, se inclina sobre un cristal y pega cuidadosamente billetes de banco rotos de 20 séqueles, retocando sus colores desvaídos con pinturas al agua. Sus clientes —tres de ellos hacen cola junto a su mesa— necesitan esos remiendos para mantener su maltrecho efectivo en circulación. En Gaza hace meses que no funcionan los bancos e Israel no permite la entrada de nuevos billetes en Gaza desde el estallido de la guerra, ni tampoco retira los estropeados, de modo que la población local tiene que apañárselas con su dinero hecho jirones.

Sharab, padre de tres hijos, solía vender bloques de hielo. Ahora restaura billetes, cobrando entre 20 y 80 céntimos por cada uno. Solo acepta el pago, una vez que los billetes reparados han sido puestos a prueba y aceptados en el mercado.

Israel no permite la entrada de nuevo papel moneda en Gaza desde el estallido de la guerra, ni tampoco retira los dañados. En la imagen, detalle del proceso de reparación de un billete, en una fotografía del 15 de abril, en Jan Yunis, Gaza.

“Siento una inmensa responsabilidad. Si los billetes que arreglo no funcionan, la gente pierde su dinero; y ahora mismo, cada séquel cuenta para ellos”, explica. En un día normal, maneja más de 100 billetes. La mayoría son de 20, aunque a veces los hay de un valor superior, procedentes de tiradas más antiguas, y los comerciantes son reacios a aceptarlos a menos que estén impolutos.

“No me preocupa que Israel pueda volver a traer billetes nuevos”, dice Sharab, cepillando un billete con sumo cuidado. “De momento, hago lo que puedo para ayudar a la gente a conservar su dinero”.

Siento una inmensa responsabilidad. Si los billetes que arreglo no funcionan, la gente pierde su dinero; y ahora mismo, cada séquel cuenta para ellos
Badr Sharab se dedica a reparar billetes dañados

Entre los que esperan a ser atendidos por Sharab se encuentra Maha Al Muzayyen, de 62 años, con un fajo de billetes desmenuzados que ningún tendero acepta ya. Esta madre de siete hijos ha visto toda su vida transformada y se aferra, como el resto de habitantes de la Franja, a estas soluciones de emergencia. “Cocinamos y horneamos con leña, no con gas. Ya no vivimos en casas, sino en tiendas de campaña. Empleamos carros tirados por burros como medio de transporte. Conectamos es solares sin baterías, solo con cables, porque no podemos permitirnos otra cosa”.

A Al Muzayyen le tiembla la voz. “Nunca imaginé que llegaría el día en que nos veríamos obligados a reparar el papel moneda para poder comprar un poco de jabón”, se lamenta. “Pero esto es Gaza: nos inventamos maneras de sobrevivir. Solo pedimos poder vivir, que nos den una oportunidad, en vez de empujarnos hacia la muerte”.

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