Yasser Abu Jamei, psiquiatra palestino: “El impacto psicológico de la tragedia en Gaza continuará no solo durante años, sino durante generaciones”
Un equipo de 100 personas se juega la vida cada día para intentar sanar con escasos medios materiales los traumas de miles de familias de la Franja, donde se multiplican los trastornos mentales, especialmente graves entre los niños


Padres consumidos por la culpa, pensamientos suicidas, niños que dejan de hablar, adolescentes con incontinencia... ¿Quién presta atención a los males del alma cuando la principal preocupación de los habitantes de Gaza es sobrevivir?, se pregunta el psiquiatra palestino Yasser Abu Jamei, director del Programa comunitario de salud mental de Gaza (GCMHP, por sus siglas en inglés), una ONG que lleva 30 años atendiendo a una población que está traumatizada por el conflicto y el aislamiento, aunque muchas veces no se dé cuenta.
En este momento, 100 profesionales de esta organización trabajan cada día yendo a los refugios, visitando familias, escuchando a niños o diagnosticando enfermedades. Son pocos para mucha gente. Hay zonas del norte y el este de Gaza a las que no pueden acceder, hay momentos en los que no encuentran medio de transporte para llegar hasta las personas que los necesitan porque en Gaza no hay combustible y ellos también tienen familias y pasan miedo. “Pero ¿qué opción hay? ¿Sentarse a mirar como se destroza una sociedad?“, dice Abu Jamei, de 51 años, en una entrevista con este periódico.
Unicef calculó que un millón de niños en Gaza, es decir, prácticamente todos, necesitan apoyo psicológico. El trauma provocado por esta guerra se añade a otros, acumulados tras casi 18 años de bloqueo israelí, ofensivas y miseria, recuerda la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“El impacto de la tragedia en Gaza continuará no solo durante años, sino durante generaciones”, vaticina este psiquiatra, que salió de Gaza hace algunos meses y sigue trabajando y recaudando fondos para la ONG desde el exterior.
Pregunta. En un momento en que lo único que cuenta es sobrevivir, ¿quién se ocupa y se preocupa por la salud mental?
Respuesta. Sigue siendo una prioridad, pero es verdad que en estas situaciones extremas, la gente con dificultades mentales tiende a ser olvidada. Nosotros llevamos 35 años trabajando en Gaza y desgraciadamente, tenemos bastante experiencia con gente traumatizada. Aunque esta vez es diferente. En guerras previas siempre pensábamos que era mejor esperar un alto el fuego para empezar a hacer nuestro trabajo. Pero en este caso, después de dos o tres semanas, vimos que esto iba para largo y que no podíamos esperar. Y comenzamos a ir al encuentro de la gente, a ayudarles a minimizar el impacto del trauma y ahí seguimos. Nuestro equipo lo está pasando fatal, son psicólogos pero también gazatíes. Tienen familias, tienen hambre, se han tenido que desplazar varias veces, pero ¿qué opción hay? ¿Sentarse a mirar como se destroza una sociedad?
P. Cien personas frente a las necesidades de una población de dos millones. ¿Cómo se organizan sus equipos?
R. Antes de que empezara esta guerra éramos 70. Gracias a los recursos recibidos pudimos contratar a más gente y en 2024, nuestro programa pudo llegar a 70.000 personas en toda Gaza. En este momento tenemos tres equipos: uno en el sur, en Jan Yunis, otro en el centro, en Deir el Balah, y otro en la ciudad de Gaza. Las dificultades son incontables. Hay zonas a las que no podemos llegar en el norte ni en el este de la Franja. Nuestra oficina en la ciudad de Gaza fue destruida y nos costó un año poder encontrar otro lugar en la localidad. Durante meses, estuvimos trabajando en Rafah, en el sur, pero cuando comenzó allí la operación terrestre israelí hace un año subimos a Jan Yunis. Nuestros equipos van al encuentro de la gente, pero a menudo no hay combustible y los desplazamientos son muy complicados. Siempre necesitamos un plan B y un plan C.
Hay gobiernos que quieren esperar a ver quién controlará Gaza para decidir si siguen o no financiando iniciativas como la nuestra. Esto no tiene sentido y afecta gravemente a los que protegen los derechos más básicos, como la salud
P. Su equipo llega, por ejemplo, a un refugio donde hay centenares de personas hacinadas ¿Cómo es ese trabajo de campo?
R. Los adultos desgranan poco a poco su día a día y vemos cada vez más padres y madres que se sienten culpables por no poder suministrar a sus hijos lo más elemental, que es comida. Están ansiosos, enfadados y algunos ya con problemas psicóticos, porque no ven salida y han perdido la esperanza. También hay gente que nos conduce a otras personas con trastornos graves que necesitan un diagnóstico y un tratamiento urgente. Lo ideal es no esperar a que aparezcan los síntomas serios como alucinaciones o depresión severa y por eso tenemos una línea telefónica a través de la que la gente puede llamar a pedirnos consejo, pero funciona más o menos, porque en Gaza las comunicaciones son muy malas. También estamos intentando formar a otras personas. Ya hemos logrado capacitar mínimamente a 300 para que puedan prestar apoyo psicológico básico y podamos así llegar a más gente.
P. ¿Y cómo sobreviven los niños ante un trauma semejante?
R. Los padres nos describen señales que aparecen muy rápidamente como temblores, miedo constante, terrores nocturnos o incontinencia. Luego hay otro nivel más preocupante, niños que dejan de hablar y de comer y esos casos han aumentado. La falta de comida tampoco ayuda para cuidar de la salud mental y física de estos pequeños. Por ejemplo, un niño de dos años en Gaza no sabe a qué sabe un yogur porque nunca ha podido comer uno.
P. En medio de este desastre humanitario, ¿hay logros?
R. Hemos logrado traer de vuelta a la vida a algunas personas, sobre todo niños. ¿Qué es la vida para un crío? Jugar, hablar, expresarse... Y muchos niños habían perdido esto debido al trauma. Hemos logrado que algunos vuelvan a hablar y a comunicar. Pero está claro que nuestro impacto será limitado hasta que no paren los bombardeos israelíes, entre la comida a Gaza y la gente deje de vivir en las ruinas.
P. ¿Y qué hace su equipo cuando las palabras no bastan para ayudar a las personas con dificultades?
R. Hay que pasar al siguiente paso, que sería ir a nuestro centro o que alguno de nuestros psicólogos más experimentados intente llegar hasta ellos. Afortunadamente, aún nos quedan medicamentos, gracias a la ayuda de organizaciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, y podemos aliviar los síntomas.
Nuestro impacto será limitado hasta que no paren los bombardeos israelíes, entre la comida a Gaza y la gente deje de vivir en las ruinas
P. Imagine la franja de Gaza entera como uno de sus pacientes. ¿Cuál es su diagnóstico?
R. El impacto psicológico de la tragedia en Gaza continuará no solo durante años, sino durante generaciones. Tenemos 39.000 niños que perdieron uno de los dos progenitores, 17.000 de ellos perdieron a los dos. Hay más de 100.000 heridos y a 800 niños se les ha amputado al menos una pierna... Estamos hablando de miles de personas impactadas directamente por esta guerra, más allá de que todo el mundo en Gaza lo esté. Al principio, la gente comparaba esto con la guerra de 2014, pero ahora lo ven más bien como una nueva Nakba. Hablamos de pueblos enteros destruidos, de cientos de personas muertas bajo las bombas en un mismo día, en el mismo barrio. El trauma es masivo, está en todas partes.
P. Si hubiera un alto el fuego mañana, ¿por dónde se empieza la reconstrucción psicológica de los gazatíes?
R. Necesitamos una verdadera sensación de paz, es decir, que no haya bombas pero tampoco drones israelíes sobrevolando Gaza. Hay que empezar a limpiar los escombros, una tarea que puede llevar años. En 2014 costó unos 11 meses y creo que la destrucción era unas 10 veces menor. Hagamos las cuentas... Pero cuando se anunció el alto el fuego a mediados de enero, ¿sabes lo que hizo la gente después de celebrar? Limpiar el lugar en el que estaban. Con sus propias manos. No se puede vivir en un sitio que nos recuerde permanentemente la destrucción. Y lo siguiente es educar. Los niños son nuestro futuro y tienen que seguir estudiando y recuperando la dinámica de ir al colegio. Durante los casi dos meses de alto el fuego hubo gente que se puso a enseñar a los chavales donde fuera, para que siguieran aprendiendo.
P. Una parte de la población de Gaza llegó a esta guerra ya traumatizada por la situación de la Franja, aislada, miserable y a menudo objeto de ofensivas militares.
R. Llevamos años conviviendo con el trauma y a veces no dándole importancia. Recuerdo en 2021 que unos padres nos decían que su hija de 12 años seguía con incontinencia nocturna, los de otro niño de ocho nos contaban que siempre estaba refugiándose debajo de la cama y había familias que atribuían a la adolescencia lo que en realidad eran trastornos derivados de traumas terribles. Algunos padres veían esto normal porque conocían a otras familias cuyos hijos estaban igual. Se necesita educar también a la sociedad.
Necesitamos una verdadera sensación de paz, es decir, que no haya bombas pero tampoco drones israelíes sobrevolando Gaza
P. ¿Cómo logra financiarse su organización?
R. Recibimos fondos de países europeos como Suiza, Suecia o Noruega y también apoyo de organizaciones pequeñas de Estados Unidos o Italia. Algunas entidades cortaron el apoyo cuando comenzó esta guerra. Una parte que volvió. Ahora estamos viendo que hay gobiernos que quieren esperar a ver quién controlará Gaza para decidir si siguen o no financiando iniciativas como la nuestra. Esto no tiene sentido y afecta gravemente a los que protegen los derechos más básicos, como la salud. Nosotros llevamos años demostrando que somos civiles apolíticos que trabajan junto a los más vulnerables.
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