Chimamanda Ngozi Adichie como excusa para repensar la gestación por sustitución
La escritora y referente del feminismo ha contado que ha tenido dos hijos por gestación subrogada

“¿Cómo es posible que la autora de Todos deberíamos ser feministas haya comprado un bebé? No me cabe en la cabeza”, me dijo una periodista de radio cuando me invitó a intervenir en su programa para valorar las declaraciones de la escritora Chimamanda Ngozi Adichie.
En una entrevista en un medio belga con motivo de su última novela, la escritora nigeriana contestó a la pregunta de cómo había logrado escribir un nuevo libro en el año en el que había sido madre de gemelos: “Nacieron a través de una surrogate. De lo contrario, habría sido absolutamente imposible”. Esta revelación ha decepcionado a aquellas a las que no les había dejado huella la anterior polémica en torno a la autora de novelas con fuerte componente social, como La flor púrpura y Americanah: Adichie fue acusada de transfobia por insistir en que las mujeres trans parten del privilegio de haber sido socializadas como hombres.
Resulta paradójico que la misma intelectual que diserta sobre los supuestos privilegios de las mujeres trans en un contexto de auge de los discursos transodiantes haga gala del privilegio de externalizar el embarazo como estrategia de conciliación laboral. Sin embargo, como dice Sher Herrera en la revista feminista latinoamericana Volcánicas, “Chimamanda nunca ha sido ni será una feminista negra revolucionaria, guerrillera de colonial y anticapitalista. Si así fuera, aunque se tratara de la escritora más brillante en la historia, (…) las feministas blancas no sabrían ni su nombre, y Beyoncé no habría colaborado con ella.”
Personalmente, me interesa menos juzgar las elecciones individuales de una mujer, por más referente feminista que sea, que aprovechar la polémica para animar a una reflexión más sosegada y profunda sobre el tema al que he dedicado mi último ensayo, ¿Qué nos escandaliza y por qué?
Lo primero que deberíamos entender es que tal vez no tenga sentido juzgar la decisión de Adichie desde parámetros patrios, teniendo en cuenta que vive en Estados Unidos, la cuna de la gestación por sustitución en su forma contemporánea. Aunque este debate sea relativamente nuevo en España (irrumpió en la arena política y mediática con fuerza hace menos de una década, con la proposición de ley de Ciudadanos), el primer caso mediático en Estados Unidos, el de Baby M, data de 1986. Además, estamos hablando de una escritora de origen nigeriano, y Nigeria es uno de los países africanos en los que más se ha arraigado esta práctica, aunque no esté regulada. En Estados Unidos, una sociedad que privilegia las libertades individuales y de mercado, tiene mucha fuerza un feminismo liberal que ha enmarcado esta práctica en los derechos reproductivos de las mujeres, bajo la máxima de “Mi cuerpo, mi decisión”; un discurso que están utilizando también en España los sectores que tratan de empujar su legalización.
En cambio, en España caló más el manifiesto feminista abolicionista. No somos vasijas que, en pocas palabras, presenta el “alquiler de vientres” como una forma de explotación reproductiva que convierte a las mujeres en incubadoras y a los bebés en mercancías, para satisfacer los deseos de las clases dominantes y lucrar a los intermediarios. Al contrario que en el debate sobre la prostitución o sobre la autodeterminación de género, en el caso de la gestación por sustitución, ese discurso coincide con el mayoritario en los movimientos feministas de base (y también en los colectivos LGTBIQA+ críticos). Ahora sin ir más lejos, el Gobierno acaba de anunciar que prohíbe el registro directo de menores nacidos por gestación subrogada en el extranjero.
Si bien resulta llamativo que, mientras el abolicionismo de los vientres de alquiler es marcadamente blanco, las feministas antirracistas están más preocupadas por la abolición de otros sistemas de explotación, como la Ley de Extranjería, los Centros de Internamiento para Extranjeros y, especialmente, el trabajo del hogar en la modalidad de interna. Esto nos debería invitar a dar una vuelta a qué nos indigna y qué no tanto. Uno de los principales problemas del discurso prohibicionista contra los vientres de alquiler es que, como ocurre con la prostitución, victimiza a las mujeres implicadas sin escucharlas, homogeneizando sus experiencias y afirmando que son actividades basadas inherentemente en la explotación. Vemos en el citado artículo de Volcánicas, cuya autora es afrocolombiana, pero también en el informe de la prestigiosa fundación feminista mexicana GIRE, que regular con garantías estos procesos se contempla también en este caso como la manera más pragmática de velar por los derechos de las mujeres (y de las criaturas; aunque este discurso choca con el de la psicología perinatal, por el que hasta el proceso más respetuoso sería violento para los bebés, separados forzosamente del cuerpo en el que han vivido nueve meses y que esperan encontrar al otro lado).
Entonces, ¿qué hacemos? Ahora bien, ¿significa esto que soy partidaria de legalizar la gestación por sustitución en España? No, pero tampoco soy partidaria de convertirla en delito universal, como ha hecho Georgia Meloni en Italia, entre otras cosas por el riesgo de que los bebés terminen en servicios sociales (algo que, en realidad, Estrasburgo se encargará de impedir).
¿Y la vía intermedia de países como Portugal, Reino Unido o incluso Cuba de permitir solo la modalidad altruista sin pago? Tampoco, porque me parece problemático apelar a la solidaridad de las mujeres para que se embarguen en un proyecto tan exigente como la concepción, el embarazo, el parto y el posparto, y porque sabemos por la experiencia de Reino Unido que la mitad de las familias siguen yendo al extranjero a pagar para agilizar plazos y sortear requisitos.
¿Seguimos entonces como ahora? Pues tampoco, porque supone seguir normalizando que las familias españolas hagan con mujeres extranjeras lo que no queremos aceptar en casa. Es decir, no veo una solución clara a la cuestión legislativa, pero, mientras tanto, creo que tenemos mucha tela que cortar. En primer lugar, como bien explica Sara Lafuente Funes en su ensayo Mercados reproductivos, es fundamental contextualizar este debate en el hecho de que España es la segunda potencia mundial en reproducción asistida gracias a una legislación que propicia la compraventa de óvulos. Esa industria está muy interesada en legalizar el último eslabón de un negocio que funciona en cadena: con 20 años nos animan a vender nuestros óvulos, con 30 años nos animan a congelarlos para retrasar la maternidad, con 40 años nos ofrecen a una donante joven para lograr el embarazo, y si todo eso falla, nos sugieren la gestación subrogada como una técnica reproductiva más que, por cierto, en muchos casos también involucra a las donantes de óvulos.
María Luisa Peralta explica muy bien en el libro Maternidades cuir cómo funcionan los mercados biotecnológicos: las técnicas reproductivas se venden primero aludiendo a las mujeres que no pueden gestar por motivos de salud, después se apela a la diversidad familiar para darle una pátina progresista a la causa, pero el gran negocio está en personas millonarias como Tita Cervera, Cristino Ronaldo, Kim Kardashian o Ana Obregón, que usan esta forma de reproducirse porque pueden permitírselo. Y son estas figuras, junto con otras familias más modestas y cercanas que también cuentan sus casos en televisión, las que normalizan la práctica hasta el punto de que, en España, algunos sondeos sostienen que más del 60% de la ciudadanía es partidaria de su legalización. Y no, agilizar y promover las adopciones no es la solución, como sostienen las feministas abolicionistas y partidos como el PSOE o Podemos. De nuevo, este discurso es muy blanco porque obvia que, si las adopciones trasnacionales han caído en picado es en buena parte porque se han aumentado los controles para frenar las dinámicas coloniales que las estaban alimentando.
Por otro lado, las feministas antirracistas en España están denunciando los sesgos racistas, clasistas y sexistas que operan en las quitas de custodia que terminan en procesos de adopción nacional o de acogida. Escuchemos a voces autorizadas como Leyao Rovira, @nomellameschinita, divulgadora sobre adopción no blanca. Yo soy especialmente partidaria de promover otros modelos de reproducción fuera del mercado que no tienen lobbies detrás, como los acuerdos de coparentalidad entre familiares, amistades u otras personas conocidas. Para ello, sería importante luchar por el reconocimiento de las filiaciones múltiples, una realidad que beneficiaría a otros modelos de familia, desde las reconfiguradas (madrastras y padrastros) a las poliamorosas. Tenemos precedentes como el de la periodista Marta Dillon, la cineasta Albertina Carri y el diseñador Alejandro Ros, quienes consiguieron que la justicia argentina avalase que su criatura tiene tres progenitores. Y, a todo esto, igual tenemos que aceptar que hemos llegado tarde a este debate y no repetir el error con el que nos viene: los úteros artificiales.
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