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A las élites es posible comprarlas, tentarlas e intimidarlas: así funciona el ‘lobby’ sionista

En EE UU y Gran Bretaña, presidentes y primeros ministros saben lo que Israel espera y tolera. Lo escribe en su nuevo libro Ilan Pappe, el historiador israelí afincado en Reino Unido, que hace un año fue interrogado por su postura antigenocidio en el aeropuerto de Detroit (EE UU)

Mike Pompeo

A las élites es posible comprarlas, tentarlas e intimidarlas. A partir de 1900, a ambos lados del Atlántico, el lobby tuvo en su punto de mira a literatos, empresarios y políticos. El método empleado es doble: alimentar a los políticos desde el comienzo como defensores de la causa, y debilitar a los que expresaban escrúpulos morales que podrían haberlos llevado a oponerse al sionismo o, más adelante, a criticar a Israel.

Hasta este siglo, sus esfuerzos principales, a ambos lados del Atlántico, se dirigieron a las elites políticas de Occidente y del Norte Global, que, como es natural en política, se preocupaban menos por cuestiones de justicia o historia relacionadas con el Sur Global y el futuro de este. Lo que hacía falta aquí era dinero, influencia política y una maquinaria propagandística bien engrasada, la validación ética carecía de importancia.

El lobby está compuesto por una red enorme de personal remunerado y voluntarios que trabajan para este proyecto 24 horas al día, siete días a la semana, aunque no tiene demasiado trabajo en lo que a la política de alto nivel se refiere. Los lobistas tienen buenas razones para estar satisfechos en lo referente a su influencia sobre los gobiernos a lo largo de los años. Tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, presidentes y primeros ministros saben lo que Israel espera y tolera. Desde 1948, esta autocensura y subordinación a los deseos de Israel ha triunfado sobre cualquier disensión por razones de principios. El Parlamento y el Congreso se comportan de forma similar, al igual que los medios de comunicación y los académicos convencionales. Pero en la era de internet y los medios alternativos, ya no es posible controlar la sociedad civil. El lobby se siente obligado a eliminar de raíz cualquier simpatía creciente hacia Palestina, ya sea en forma de llamamientos al boicot o en forma de flotillas humanitarias con destino a Gaza. También hay que suprimir la producción de conocimiento que respalde las exigencias de los palestinos. Así es como seguirá procediendo la defensa de Israel hasta que actores locales, regionales e internacionales tengan la valentía de enfrentarse a estos torrentes de supresión mediante acciones civiles y judiciales. Y eso está ocurriendo ya.En la década de 1980, tanto en Reino Unido como en Estados Unidos, el lobby asumió unos objetivos mucho más ambiciosos. Lo que se pretendía era controlar, donde y cuando se diese, cualquier relato que cuestionase el de los sionistas. El lobby está obsesionado con controlar la conversación sobre Israel y Palestina, y cualquier fallo en dicha empresa le parece una amenaza existencial para Israel.

Pese a su obvia incapacidad para influir en la opinión pública y en la política de base, sin embargo, el lobby parece aplicar toda su fuerza en lugares en los que ya ha perdido la batalla, como iglesias, centros comunitarios, gobiernos municipales y universidades, porque odia perder el poder. El principal objetivo del lobby en muchos casos era garantizar su propia supervivencia, no la de Israel. Al superar la segunda mitad del siglo pasado y llegar al XXI, parece que el lobby busca el poder por el poder en sí.

Dado que el lobby, a ambos lados del Atlántico, necesitaba poder para influir en aquellas élites cuyas políticas resultasen nocivas para el futuro del sionismo e Israel, acumuló tal músculo político que conservarlo se convirtió en algo tan preciado como la causa a la que supuestamente debía proteger. La sed de poder es un tema asociado por lo general con el mundo de la empresa y de la política cínica. No hablo aquí del lobby en términos absolutos, pero cuando tienes poder, y reprendes en tus oficinas a los congresistas como si de niños malos se tratase, por no seguir fielmente las directrices que les has dado, haciéndoles temer que su carrera pueda sufrir, quieres mantener ese poder por sí mismo, no solo porque lo necesites para una causa concreta. Como dice el O’Brien de George Orwell, el líder del partido en 1984: “El Partido busca el poder completamente por el poder en sí… Solo nos interesa el poder”, y le explica a Winston, el protagonista de la novela, que es la primera vez en la humanidad que esa gente, existente también en el pasado, es plenamente consciente de lo que hace y no se avergüenza de ello. Esta lóbrega visión orweliana recuerda a lord Acton, cuando advirtió de que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Por supuesto, el lobby no es un régimen autoritario, pero actúa decisivamente para conservar el poder que tiene, con independencia de que redunde en interés de la causa más en general.

Como hemos visto, ha habido múltiples ejemplos en los que Israel no le pidió que atacase a alguien que cuestionaba el relato sionista, y sin embargo el lobby empleó muy a menudo toda su fuerza y su ira para controlar o silenciar la solidaridad con los palestinos.

La viabilidad de Israel, su existencia misma de hecho, se basa en dos pilares: el material y el moral. El primero es muy sólido, y el ejemplar comportamiento de Israel durante la crisis financiera de 2008 es un ejemplo de su solidez. Es un país con una alta tecnología, con prolíficas industrias de exportación, tanto militares como civiles. Desde hace más de diez años, forma parte de la OCDE, un símbolo de su desarrollo y de su prosperidad general. El pilar moral, por el contrario, ha ido erosionándose constantemente con los años. Las críticas han ido dirigidas principalmente contra las políticas del Estado, no contra su existencia. El Gobierno israelí, sin embargo, las contemplaba como un intento de deslegitimar al Estado judío. En consecuencia, la actividad lobista en el siglo XXI no se ha centrado en defender las políticas aplicadas en la actualidad por Israel en la Palestina histórica, sino que se ha dirigido contra cualquier indicio imaginario o real de que el Estado y su ideología afrontan una condena internacional. Los israelíes lo denominan la lucha contra la deslegitimación.

En este siglo, la batalla por la legitimidad internacional se centra en la defensa y la argumentación. Se manifiesta mejor en la cuestión de si Israel es un Estado que se rige por un sistema de apartheid, como afirma Amnistía Internacional, o una democracia liberal. La capacidad de los palestinos y de quienes los apoyan para convencer a sociedades y gobiernos por igual de la validez del argumento del apartheid afectará a la política internacional hacia Palestina y los palestinos en el futuro. De modo similar, si el lobby proisraelí logra convencer a los mismos gobiernos en concreto de que dicho argumento carece de base, Israel seguirá disfrutando de inmunidad internacional para las políticas que aplica sobre el terreno en la Palestina histórica.

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