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Txell Feixas: “El movimiento feminista no ha muerto en Oriente Medio. Ahora, como pasa en Irán, la revuelta opera de forma clandestina”

La periodista publica ‘Aliadas’, donde cuenta la revolución que supuso la creación del primer equipo de baloncesto femenino de niñas en Líbano, que surge por el amor de un padre a su hija y la necesidad de alejarla del matrimonio infantil

Txell Feixas

Fruto de su experiencia cubriendo Oriente Próximo desde Beirut para la televisión pública catalana, la periodista Txell Feixas acaba de publicar en español su libro Aliadas (Capitán Swing, 2025), que ya fue editado en catalán en 2023. En él, cuenta la revolución feminista que representó la creación en 2012 del primer equipo de baloncesto femenino infantil de Líbano, en el campo de refugiados palestinos de Shatila, en Beirut. La obra es un fiel reflejo de la sensibilidad con la que Feixas aborda las cuestiones de género y que le ha valido numerosos galardones, entre ellos, el Premio Nacional de Periodismo que otorga la Generalitat de Cataluña. En una región repleta de guerras y tensiones sectarias, la mirada de Feixas se posa sobre la historia de un hombre, Majdi, que decide enfrentarse a todo tipo de obstáculos para alejar a su hija de la lacra del matrimonio infantil a través del baloncesto. La autora explica, en una entrevista con EL PAÍS, que lo que le “acabó de enamorar” de la historia y la llevó a seguirla durante una década, fue ver “cómo una acción de un padre para proteger a su hija se había acabado transformando en algo tan potente como una revolución feminista, en un lugar tan duro y difícil como Shatila”.

P. El tema central del libro es el matrimonio infantil. ¿Hasta qué punto es un problema grave en el Líbano?

R. Esta es una de las vías, no solo en Shatila sino en toda la región, por la que muchas niñas caen en espirales de violencia. En el Líbano hay 18 confesiones religiosas, y no solo es que el matrimonio con una menor sea legal, sino que lo más cruel es que cada comunidad fija una edad mínima diferente. La más baja es de nueve años para la comunidad chií. Otras lo determinan con la primera regla…

P.Y para abordarlo, habla con todos los actores implicados, incluidos los padres

R. Sí, quería entender por qué lo permiten. Ningún padre quiere el mal para su hija. Y, de hecho, te das cuenta de que algunos creen que realmente lo están haciendo por su bien. En un contexto de desinformación, incultura y tabús, todos podríamos llegar a hacer algo así. Uno de estos padres, Alí, que se echó para atrás en el último momento, empezó a concienciar a otros hombres para que hicieran lo mismo. Aquí algunos hombres ejercen también de agentes de cambio, aunque no tengan un manual de feminismo. Lo practican utilizando el sentido común. Cuando le pregunté a Alí por qué accedió en un principio, una de las razones que me dio era el temor a que, en un lugar tan duro como el campo de refugiados, pudieran violar a su hija. Pero lo que acaba pasando es que, en lugar de conseguir su protección, las violan legalmente cada noche sus maridos.

P. En el libro explica que, a menudo, en un lugar como Shatila, con pobreza extrema, una motivación es la económica

R. Así es. Las familias reciben una dote por el matrimonio de su hija y ellos creen que en su nueva familia tendrá mejor cubiertas sus necesidades. Pero al final, ese matrimonio a menudo no sale bien y les devuelven a la hija. Y entonces, ya nadie la quiere porque se convirtió en una apestada.

Con Aliadas quería hacer un homenaje a la Shatila más luminosa, que exuda amor y que también existe

P. En Occidente, mucha gente asocia esta práctica al islam. ¿Es realmente así?

R. Algunas veces se da esa justificación religiosa, pero muchos jeques dicen que eso no está escrito en ningún lado. De hecho, algunas de las asociaciones contra el matrimonio infantil las integran también jeques religiosos. Era muy curioso que una de esas ONG, que se declaraba secular y feminista, acabó asumiendo que debía actuar según la situación sobre el terreno y optó por incorporar hombres y religiosos. Y es que, en muchos casos, los hombres solo escuchan a otros hombres. Los religiosos son los que mejor pueden decirles: esto no está en el islam. Las campañas de información son claves para que los padres, que son los que acaban decidiendo, tomen la decisión adecuada.

P. El escenario del libro es el campo de Shatila

R. Shatila es un protagonista más de este libro. Los lugares explican a las personas, las violencias que sufren y las formas de resistir a ellas para sobrevivir. No hay nada que no se dé en otros lugares de la región, pero aquí, [en Shatila], algunas violencias como el matrimonio infantil se dan de una forma más concentrada porque hay una mayor vulnerabilidad, falta de educación, etc.

P. Mucha gente solo conoce Shatila por las referencias a la matanza del año 1982. ¿Cómo describiría el campo para alguien que nunca lo ha pisado?

R. Cuando entré por primera vez, pensé: este es el peor lugar del mundo, aquí solo hay muerte, no puede haber vida. El paisaje físico es impactante, es una cárcel a cielo abierto, de callejuelas laberínticas, una especie de favela vertical, insalubre, sin luz, y la mayor parte del día, sin agua … También es impactante el paisaje humano: casi no ves a mujeres. Luego, hay también el lado emocional, el trauma de la terrible masacre de 1982. Con Aliadas quería hacer un homenaje a la Shatila más luminosa, que exuda amor y que también existe.

En los entornos en los que me he movido, muchas mujeres veladas han participado en las tareas de concienciación feminista. Sin ellas, muchas revoluciones no se harían

P. Gracias al proyecto del equipo del baloncesto, las niñas consiguen salir de este gueto

R. No solo eso. Hace que dos realidades que se ignoran se miren de frente: Beirut y Shatila. Shatila es como una ciudad dentro de Beirut, no es un campo normal. Desde su creación, el Gobierno libanés se encargó de discriminar a sus habitantes con un sistema casi de apartheid: no tienen visado, no tienen pasaporte, no pueden comprar propiedades fuera del campo, más de 40 profesiones les son vetadas... Cuando salen, son detenidos, maltratados o humillados. Por eso, prefieren no salir de su pequeña Palestina.

Pero ahora, gracias al equipo de Majdi, hay niñas libanesas que van a jugar a Shatila porque encuentran un equipo para ellas que no hay en la capital. Se crean amistades entre niñas libanesas y niñas refugiadas sirias y palestinas. Y eso es muy poderoso e inspirador. Por ejemplo, ves a estas niñas consolando a sus compañeras palestinas por el genocidio de Gaza o haciendo ondear banderas palestinas.

Dos jugadoras del equipo de baloncesto libanés infantil de Shatila entrenan en Beirut. Imagen cedida, tomada en mayo de 2022.

P. En la carátula del libro se ve a algunas de las jugadoras veladas. El velo no está reñido con esta revolución feminista

R. El proyecto de Majdi no solo ha cambiado a unas cuantas niñas, sino también a sus familias y a la comunidad. En los entornos en los que me he movido, muchas mujeres veladas han participado en las tareas de concienciación feminista. Sin ellas, muchas revoluciones no se harían. No sé si una periodista blanca occidental debe ponerse a decir “velo sí o velo no”. Yo creo que el velo tiene un poso de elemento de opresión patriarcal y que no todas las que lo llevan lo hacen porque quieren. Pero nuestro rol [como periodistas] es escuchar y preguntar.

Había un grupo de jóvenes veladas que siempre tomaban té en el café debajo de mi casa. Un día hablé con ellas y me dijeron: “Si [las occidentales] nos preguntarais más por temas como el velo, que veis como un signo de opresión, nos entenderíais mejor. Deberíais miraros más a vosotras mismas porque también lleváis unas cadenas invisibles, relacionadas con la talla del pantalón, el bótox, etc.”.

P. La realidad hace caer muchos estereotipos

R. Y el primero de ellos es hablar de “la mujer árabe” como si solo fuera una, cuando hay tantos países con realidades diferentes. De hecho, se suele reducir la mujer árabe a la musulmana, cuando hay muchas cristianas también. Nos queda mucho trabajo por hacer, y quizás, los periodistas no siempre lo hacemos bien cuando explicamos esta parte del mundo.

P. Otro de los estereotipos es el de un mundo árabe estancado, sin avances en el feminismo. ¿Lo percibe así?

R. Cuando vivía allí, las cosas se movían. Por ejemplo, cubrí el 8M en el que participaron por primera vez mujeres de todas las confesiones religiosas. Recuerdo algunos lemas potentes y divertidos como “clitoris united" (clítoris unidos, en inglés). Aquel día, algunos hombres las amenazaron y escupieron desde los balcones. En esa cobertura pensé que a estas mujeres ya no las iban a parar, que ya no las iban a expulsar de los espacios públicos.

Pero luego vino la explosión del puerto de Beirut, la pandemia, la guerra. Cuando hay una de estas crisis, el patriarcado aprovecha la ocasión para empujar a la mujer hacia atrás. Así que, después de haber dado tres pasos hacia adelante, ahora hemos dado dos hacia atrás. Pero eso no significa que el movimiento feminista haya muerto en Oriente Medio. Simplemente, ahora, como pasa en Irán, la revuelta opera de forma clandestina. Lo mismo pasa en Afganistán. El ejemplo de Siria, con la súbita caída de Bachar el Asad, nos muestra que los cambios que parecen lejanos están más cerca de lo que parece. A pesar de todo, yo soy optimista.

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