“No había sororidad, sino mucha rivalidad y competición”: cómo vivieron las mujeres del ‘britpop’ el auge del movimiento
Elastica, Echobelly, Lush y Sleeper formaron parte del fenómeno musical encabezado por Oasis y Blur. 30 años después de su explosión, revisamos una realidad que ¿se idealizó en exceso?

El verano de 1995 pasó a la cultura pop como el de la gran explosión del britpop, cuyo momento culminante a nivel mediático fue la competición entre Blur y Oasis por ver cuál de sus dos nuevos singles —Country House y Roll With It, respectivamente— iba a vender más. Sin embargo, solo unos meses antes, Elastica había entrado directamente en el número 1 con su homónimo primer álbum. Fue, en aquel momento, el disco de debut que más rápidamente se había vendido en el Reino Unido (récord que mantuvo durante 10 años, hasta que las destronaron los Arctic Monkeys) y despachó un millón de CD’s, la mitad de ellos en EE UU. Las autoras de Connection fueron la banda femenina de mayor éxito en el britpop, pero quedaron relegadas a un segundo plano ante sus competidores masculinos. ¿Cuál fue el verdadero papel de las mujeres en aquel movimiento?
Mucho más que la novia de Damon

La líder de Elastica era Justine Frischmann (Londres, 55 años), una estudiante de arte de clase media-alta, hija de Willem Frischmann, un judío húngaro que había sobrevivido a Auschwitz y, tras llegar a Londres como refugiado, se convirtió en uno de los más reputados arquitectos de la ciudad. La secundaban la carismática guitarrista Donna Matthews y la bajista Annie Holland, con un solo miembro masculino en la banda, el batería Justin Welch. Como teclista en tres de los temas de aquel álbum aparecía un tal Dan Abnormal, que era el ingenioso seudónimo-anagrama de Damon Albarn, líder de Blur y, por aquel entonces, pareja de Justine. La cantante encontró injusto que se la considerase, principalmente, la novia de Damon, y no se hiciese tanto hincapié en los valores musicales de su grupo, que aquel año había duplicado en ventas y cosechado mayor éxito que Blur. Rápidamente se desencantó de la escena, como declaró en esta entrevista con The Observer en 2002: “En términos musicales, parecía que todas las buenas intenciones se habían desmoronado rápidamente. En el verano del 95 nos fuimos a tocar a EE UU y, cuando volvimos, salió el álbum de Blur The Great Escape, que me pareció horrible, muy cursi, como una parodia de Parklife, pero sin agallas ni inteligencia. Y Oasis eran enormes y siempre me parecieron increíblemente deprimentes. Había una reverencia acrítica en torno a todo el asunto. A mí me parecía que tal vez formaba parte de una fuerza que iba a hacer la música más atrevida e interesante, y de repente Blur tocaba en el estadio de Wembley y todo se había ido. Ya no tenía nada que ver conmigo. Cuando sientes que lo que haces tiene sentido, es fácil soportar las incomodidades de la fama, pero cuando has perdido eso, es mucho más difícil hacer esos sacrificios”, afirmaba la cantante.
Tan fulgurante como el ascenso de Elastica fue su caída. Annie Holland, exhausta por los conciertos, no terminó la gira y un año después se encerraron para intentar grabar un segundo álbum sin éxito. “Entre 1996 y 1998 fui una yonqui triste”, declaró después la cantante. La heroína había entrado en sus vidas, y más fuertemente en la de Donna Matthews, quien también dejó el grupo en el 98, tras hacer un cameo en la película Velvet Goldmine. Paralelamente, Justine y Damon habían roto. Cuando llegó el segundo álbum de Elastica, The Menace, en 2000, pasó completamente desapercibido, su discográfica les rescindió el contrato y Justine dejó la música para siempre.
El mundo según Echobelly (y Lush)

Una semana después de los cacareados singles de Oasis y Blur, Echobelly lanzó Great Things, el primer adelanto de On, un segundo álbum que consolidó comercialmente a esa banda londinense. El grupo liderado por la vocalista y letrista Sonya Aurora Madan (Delhi, India, 57 años), había debutado en 1993 con Bellyache, un EP que despertó un gran interés por parte de unos medios especializados que también alentaron una rivalidad con Elastica. “Ascendimos de un modo muy rápido, hubo mucho revuelo con Echobelly en Londres en aquella época y firmamos por una gran compañía tras unos pocos conciertos. El resto de los chicos tenía experiencia con otras bandas, pero yo no. Fue todo completamente nuevo para mí, así que me lancé muy rápido por el abismo”, revela Madan a S Moda por videoconferencia.
Echobelly tenía unos orígenes inusuales en comparación al grueso del britpop, que era un movimiento fundamentalmente blanco, masculino, heterosexual y muy británico. Su guitarrista y cofundador, Glenn Johansson, era sueco, y su otra guitarra, Debbie Smith, era anglocaribeña, de raza negra y lesbiana. En cuanto a Madan, a quien enseguida definieron como un icono cultural y como la Morrissey femenina, era hija de profesores indios que habían emigrado a Londres y su vida parecía sacada de una novela de Hanif Kureishi, comentario al que ella reacciona con risas. “Necesité tener bastante determinación para hacer lo que quería hacer, porque mis padres no conocían otra cosa que su mundo académico. Les interesaba la música clásica india, pero no tenían ni idea de la cultura Occidental. Además, la energía de los inmigrantes siempre se encamina hacia la seguridad, así que no me querían dejar ir hacia el mundo de las artes, porque no sentían que fuera seguro y era algo que no entendían. Eso fue así hasta que, un día, mi padre abrió el periódico The Times Of India, y había un gran artículo hablando de mí. Ahí él dijo: ‘¡Esa es mi hija!”, y entendió que lo que yo hacía estaba legitimado”.
Madan también destacaba por cultivar una imagen muy andrógina, algo que ella explica de este modo: “Cuando yo estaba creciendo, mis padres recibían muchas ofertas para casarme, a la manera india. Yo era solo una niña y me sentía como si fuese una pieza de carne, lo veía todo muy perturbador. Creo que, cuando me hice mayor, quise explorar la androginia como una especie de rebelión contra aquello y contra las cantantes que se ponían faldas cortas y trataban de vender su sexualidad”.
Ante la pregunta de si había sexismo en la escena, advierte que su respuesta nos va a parecer inesperada. “En mi experiencia personal con músicos de otras bandas, como Blur y Oasis, y todos los supuestamente lads, eran personas muy amables, majas y respetuosas conmigo. El único problema que tuve fue, de hecho, con otras mujeres. No había sororidad ni camaradería entre nosotras en aquellos días, había más rivalidad y competición. La realidad es que, en aquel momento, las mujeres se estaban poniendo la zancadilla unas a otras, y si ahora salen hablando de igualdad es porque quieren que les den bola en los medios”, afirma. La cantante recuerda un par de vivencias que la dejaron tocada. “Me hicieron una entrevista con Justine y la cantante de Sleeper, Louise Wener, para, no sé, la revista New Musical Express o Melody Maker, y la última pregunta que nos hicieron fue: ‘¿Sois feministas?’. Justine y Louise contestaron que ellas no lo eran, pero yo dije que sí. Y luego ellas dos se fueron a tomar algo y a mí me ignoraron. No eran todos los casos, claro. Con PJ Harvey, por ejemplo, siempre nos llevamos muy bien, pero también tuve una muy mala experiencia con Miki Berenyi, de Lush. Probablemente ella no lo recuerde y ahora nos llevaríamos bien, pero la primera vez que la conocí se comportó de un modo horrible conmigo. Hicimos un concierto en Brighton como teloneros de Lush, y el público se volvió loco con nosotros, éramos muy potentes en directo. Me estoy escuchando cuando hablo y sé que esto puede sonar arrogante, pero no quiero que se entienda así, solo estoy tratando de explicar mi experiencia. No había amistad ahí. Ella no quería que yo estuviera ahí”.

“¿Yo?”, responde Berenyi (Londres, 58 años) cuando el periodista se lo comenta. “Sí, bueno, probablemente estaría borracha o algo así, no me acuerdo bien. Nunca tuve mucho trato con Sonya, pero conocía a Debbie y nos llevábamos bien. También tuve algo de trato con Elastica, pero estaban pasando por una época de tomar muchas drogas, que no era mi rollo. Lo siento si me porté mal con Sonya aunque, si soy sincera, creo que ella también estaba bastante a la defensiva en aquella época. A mí me parecía que ella tenía algún problema con Elastica, y no sé si todo eso venía de ahí. En general —justifica— no me siento muy cómoda con conocer a gente famosa. No me gusta ese rollito de ‘¡Oh, mirad, estamos en la zona VIP y bla, bla, bla!’. No era mi escena. No había razones para tener mucha camaradería con estas personas, porque no las conocía. Y también es cierto que todo el mundo competía con los demás, y eso era algo muy inflado por la prensa. Y había muchas drogas en aquel período, a ese nivel que hace que la gente no sea amable con los demás”.
Berenyi publicó en 2022 su autobiografía, Cruzando los dedos (Contra Ediciones), donde, entre otros aspectos, muestra su desencanto con aquel movimiento. En realidad, Lush (que colideraba Miki con otra guitarrista, vocalista y compositora, Emma Anderson) había comenzado en la escena indie genuina, en el sello 4AD, a finales de los años ochenta, pero Lovelife, un tercer álbum marcadamente más pop, los situó de rebote en el britpop en 1996: fue su disco más vendido y popular, pero también el que marcó su final como banda. El detonante fue el trágico suicidio de su batería, Chris Acland, en octubre de aquel año, por culpa de una galopante depresión.
Louise Wener y los sinsabores del juego mediático

“A mí me parecía que la esencia misma de ser una estrella de rock era ser provocadora, rebelde y digna de que publicaran tus declaraciones, y mi objetivo era hablar con pasión y franqueza. Satirizaba la corrección política, criticaba con desprecio la escuela feminista de ‘las mujeres son buenas, los hombres son malos’ y aireaba mis sospechas sobre todo tipo de políticos siempre que me preguntaban”, explicaba Louise Wener (Londres, 58 años), de Sleeper, en un artículo para The Guardian en 2002. “Al principio, este enfoque funcionó bastante bien, y conseguimos los muy necesarios espacios en la prensa. Pero, con el tiempo, vi que atraía una atención ligeramente histérica que superaba con creces mi aparente polémica. Las estrellas de rock masculinas siempre han arremetido verbalmente y se han mostrado felizmente desvergonzadas de su sexualidad, pero, a juzgar por la reacción que generé en una industria musical dominada por hombres, eso a una mujer no se le perdonaba. Como escribía letras sinceras, me describieron como una obsesa sexual y una putilla (imagínense semejante acusación dirigida a una estrella de rock masculina), y como no me amedrentaba, me veía guapa y hablaba con lirismo sobre mi angustia femenina, fui sumariamente demonizada. Un periódico musical incluso publicó cartas en las que los hombres pedían a gritos que me quemaran por bruja”, recordaba ella en esas líneas.
Louise Wener era hija de un inspector de Hacienda que había combatido con la RAF en la Segunda Guerra Mundial, y hermana de la escritora Sue Margolis. Y como Berenyi ha escrito un libro de memorias, Different for Girls: My True-life Adventures in Pop (publicado en 2010 por Random House, inédito en España). Sleeper fue otro de los grupos con liderazgo femenino con éxito en el britpop. Debutó en 1993 con el EP Alice y, en febrero del 95, lanzó su primer álbum, Smart, que se aupó directamente al top 5 de ventas. Su momento de gloria duró hasta 1997, tras publicar dos discos más, a uno por año, aparecer en la banda sonora de Trainspotting y escuchar a 70.000 personas cantándole el Cumpleaños feliz cuando fueron teloneros de R.E.M. “Cuando miro hacia atrás al britpop me parece como unas vacaciones locas a las que nos fuimos todos. Fue, en general, divertidísimo. Recorrimos el mundo y tocamos en lugares increíbles. Fue la culminación de muchas cosas que había querido hacer de niña, y por eso tenía un aire como de sueño. También era una locura de drogas: quién tenía más cocaína era la definición de quién era tu mejor amigo. En general, el ambiente era de hipercompetitividad y alegría por el mal ajeno. A las mujeres, en particular, se las animaba a ser competitivas, creo que porque éramos menos”, declaraba la artista a The Independent en 2011, sin escatimar detalles sobre la enfermiza espiral de sexo y descontrol en la que rápidamente cayó el grupo. “Mientras otros estaban arriba en su habitación de hotel compartiendo fans entusiastas de dos en dos, yo estaba abajo, en el vestíbulo, perseguida por tímidos adolescentes que querían que leyera su poesía. A veces me traían libros (recuerdo que Albert Camus era uno de los favoritos) y muy de vez en cuando me besaban en la mejilla antes de sonrojarse furiosamente y salir corriendo”, recuerda ella, en una idea secundada por Justine Frischmann cuando le preguntaron en The Guardian si había groupies masculinos: “Creo que el cliché es diferente para las mujeres. Irónicamente, cuando Elastica iba tan bien, me di cuenta de que los hombres solían huir de mí. Era la época más seca en cuanto a conseguir ofertas o que la gente pareciera interesada. Parecía aterrorizarlos”. En el caso de Sleeper, la cosa se complicó en el seno del propio grupo: Louise era pareja del guitarrista, pero empezó a enrollarse con el batería, y, a la altura del 97, según ella, “éramos disfuncionales, frágiles y cansados de la batalla. Necesitábamos desesperadamente un tiempo lejos el uno del otro”. Su tercer álbum, Pleased To Meet You, tuvo ligeramente menos éxito que los anteriores, y eso precipitó el final.
‘Ladettes’ en la Cool Britannia
Según Sonya Madan, el britpop “fue una celebración de lo británico, con toda su vulgaridad, estupidez y gloria. Creo que fue el último momento en el que la gente se fijó en su propia identidad, en un sentido cultural. Fue una exploración que este país hizo de sí mismo, con una especie de curiosidad, de orgullo, y también de ridiculización, de autoparodia. No solo ocurrió en la música, sino también en la moda, en las artes creativas, en la pintura, el cine, la comedia, y la política, incluso en la arquitectura. Todo tenía que ver con explorar la identidad británica”. “Industrias como la del cine y la moda tienen una forma de pensar muy diferente a la música”, añade Berenyi. “La razón por la que yo entré en la música independiente no era para hacerme rica y famosa. Eso no era parte del trato. El sistema de valores cambió. Y creo que había un lado divertido en el britpop, en hacer mucha televisión y todas las cosas que hacen las estrellas del pop. Pero también recuerdo ver fotos en los tabloides de Damon y Justine caminando en una playa cuando estaban de vacaciones en Bali, y pensar: ‘¡Dios mío, esto no es lo que queríamos ser cuando formamos las bandas!’. También había falta de imaginación. En los años sesenta, era un momento más inocente y podía haber una excusa para determinados comportamientos, porque la gente no sabía. Pero, 30 años después, sí sabía. Hemos pasado por los años setenta, hemos pasado por los artículos feministas, hemos pasado por un cambio político, hemos pasado por una especie de narrativa antirracista, así que pretender que esto es solamente divertido, que vamos a poner por todo lo alto la ‘Union Jack’ y a unas chicas rubias despampanantes que van a salir con los chicos del rock and roll como si fueran los Rolling Stones… Fue tratar de recuperar una especie de nostalgia por una época que solo existía en las postales de Carnaby Street y cosas así”.
Hay tres capítulos consecutivos muy significativos en el libro de Berenyi. Se titulan Que le den al britpop, Ladettes y Chupando pollas corporativas, y en ellos se muestra muy explícita a la hora de rememorar actitudes vejatorias, como una sesión de fotos para una revista en la que pretendían que ella y Emma Anderson posaran sugerentes en bikini, una fiesta en la que Alex James, el bajista de Blur, le mordió las nalgas mientras estaba tirado en el suelo completamente borracho o las poco sutiles ofertas sexuales de Liam Gallagher. Según ella, todo eso estaba consentido, incluso inducido, por la hegemonía de la cultura lad. “Revistas como Loaded vendían esa idea de que ‘la corrección política es tan aburrida… Tiene que volver la diversión y el sexo, ¿qué hay de malo en ser sexy?’ Lo cual generalmente significa mujeres que se muestran muy hermosas, pero mantienen la boca cerrada mientras los chicos hacen la música y todo lo interesante y actúan como idiotas. Y eso era lo más celebrado. Podían haberse fijado mejor en gente como Jarvis Cocker, de Pulp, que era más interesante, intelectual, artístico y divertido. Y no estoy diciendo que los chicos de Oasis o Blur no lo fueran, pero las cosas que se celebraron de ellos se referían a los aspectos más idiotas de ser un hombre. No creo que la mayoría de esos chicos fueran así tampoco, pero eso es lo que les pedían que fueran. Y a muchas personas parecía que no les importaba cómo afectaba eso a otras personas. Muchas mujeres habíamos gravitado hacia la música independiente porque allí no teníamos ese tipo de problemas, no al mismo nivel. Cuando se subió al mainstream, todos esos problemas aparecieron de nuevo. Eran exactamente las cosas de las que yo estaba escapando en los ochenta: los chicos de la City, el thatcherismo, el dinero, los bancos… De repente, estaba todo ahí en todas partes, en mi propio mundo”, recuerda la artista.
Cuando las Spice Girls reemplazaron a Shampoo

Hubo más grupos de liderazgo femenino que formaron parte del britpop y los tabloides asociados: Kenickie (cuarteto con tres mujeres, comandado por la ahora estrella radiofónica de la BBC Lauren Laverne) o Salad (cuya cantante era la holandesa Marijne van der Vlugt, modelo y presentadora de la MTV). No se suele, sin embargo, situar dentro de ese movimiento al dúo Shampoo (Jacqui Blake y Carrie Askew), que vivió su momento de mayor gloria en 1994 y 1995 con sus éxitos Trouble y Delicious. Conectaban, de modo muy divertido, con la cultura independiente anterior, con la perspectiva combativa y punk de las riot grrrls y, al tiempo, con un pop más colorista y desenfadado que, significativamente, vendió más en Japón que en ningún otro país. En 1996, publicaron un single titulado Girl Power, justo una semana antes de que las Spice Girls debutaran con Wannabee. Las Spice se apropiaron del eslogan de Shampoo y se convirtieron en la banda femenina más popular de todos los tiempos en Inglaterra. Shampoo no consiguió entrar en las listas con su siguiente álbum, y empezó su declive.
Fue un momento significativo, porque marcó un cambio de paradigma y aceleró el final del britpop. “No hay nada malo en las Spice Girls”, asegura Miki Berenyi. “Eran divertidas y representaban un tipo de caricatura. En ese sentido, era un grupo como The Monkees o The Archies, pero, ¿qué pasaba con esto?, que en aquel momento se celebró a un tipo determinado de mujer. De repente, el Melody Maker y el NME ponían a las Spice Girls en portada. Era superdifícil que una mujer pudiese salir en portada en esas revistas, salvo que formasen parte de algún reportaje en plan ‘las mujeres en el rock’ porque, ya sabes, nunca había espacio suficiente. Cuando vi aquello, sabía que nos iba a destruir. De repente todos querían esa versión del feminismo, que se expresaba de una forma muy infantil, facilona y básica. Tenías que ser como ellas, divertida, sin hablar de las cosas políticas. Y entonces es cuando tú empiezas a pensar: ‘¡Oh, pues maldita sea!’ Y, de nuevo, tú estás en contra de la otra. Al final, siempre es eso lo que pasa en la música. Solo hay un modelo de mujer, no hay permiso para mostrar todos los demás tipos reales que existen, tienes que elegir una. Ese es el modo masculino de pensar sobre las mujeres”.

El britpop apenas duró cuatro años: comenzó a tomar forma en 1994, tuvo su momento álgido en el 95 pero, como decía Louise Wener en The Guardian, “a finales del verano de 1997, se había avergonzado un poco de sí mismo y bandas como Blur buscaban inspiración en EE UU. Oasis se juntaban con Tony Blair en el Número 10 de Downing Street y la Cool Britannia estaba a punto de ser expuesta como la quimera que siempre había sido. La bandera posmoderna del britpop había ondeado inquieta al viento durante casi un año, y para enero de 1998 era poco más que un trapo deshilachado y descolorido. Angels, de Robbie Williams, era el nuevo himno nacional, las Spice Girls eran el grupo más grande del mundo y las bandas de guitarras con discos de platino caían como moscas”. “El britpop no podía durar mucho”, recuerda Sonya Madan, “fue como unos fuegos artificiales que explotaron, murieron y toda aquella energía que desprendían, que era inmensa, se apagó con ello”.
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